Wednesday, January 8, 2014

DÍAS 26. Después de todos estos años



Sábados en los que quiero vomitar, del asco que me dan. Hoy fue uno de esos.

Tranquilo, esta vez tú no me das asco. Ni David me da asco. Yo, yo soy el que doy asco.

Estoy viviendo una sarta de mentiras. Soy incapaz de decirme a mí mismo esa verdad que tanto te he recriminado estos días. Las cosas claras. David no me llena. Tú si me llenabas.

Y me he dado cuenta hoy, en la ducha. 
Contigo discustía. Nos contábamos las cagadas, los males, nos enfadábamos. Dejábamos de hablarnos cinco minutos y… Nos reconciliábamos, como debe ser, rozándonos la piel, desgastándonos dermis y epidermis. Sacábamos todo, nos quedábamos desnudos, en carne viva y nos fusionábamos en uno. Con David no.

Se ha levantado y me ha dicho: “¿Quieres desayunar?”.
Sinceramente, Sergio, me han dado muchas ganas de darle una colleja. Para que espabile. Le he mirado y le he contestado: . “Me voy donde Lola, hay leche en la nevera. Encima de la mesa galletas que trajo Elena de su pueblo”

En realidad, creo que no sé lo que quiero.

Mientras el microondas, con su leche dentro, emitía un sonido ensordecedor, yo imprimía las fotos de Lola del otro día. Bajé con ellas y se las di. Me abrazó y sentí esa mandil lleno de olores que alimentan. Sentí su suave y arrugada piel de la cara en mi cuello y se me pasó todo.

Tomé café, sólo café. No tenía estómago para tortilla. Será que el asco que me doy me revuelve las tripas.
Mientras comentábamos un programa de la tele, Lola ponía celo a sus fotos y las colgaba encima de la cafetera. Presidiendo el bar. Me encanta hacerla sentirse especial, porque lo es y porque muy pocos lo ven. Es única.

Salí del bar con los besos de Lola bien marcados en el pómulo. Carmín con olor a beso de mi abuela. Compré la prensa y noté la vibración del móvil. Descolgué y…

-         -¿Marcos?
-         - ¿Sí? ¿Quién es?
-         - Joder, no me conoces por la voz…
-         -¡Hostia, Ana! ¡Qué susto! Es que con ese número…
-          -¿Te apetece venirte a casa a comer? He hecho pollo y me apetece que vengas a probarla.
-         - ¡Claro! Me salvas la vida.
-          -Bueno, pues vente cuando quieras. Que hoy no pienso quitarme el pijama.
 Cambié mi rumbo y fui caminado hasta Callao. Cogí el bus.

Llamé a Elenita. Parece ser que los dos niños hablan demasiado entre ellos. Te cuento la conversación, tal cual:

-     -Jelen, que como con Ana, en su casa. No me esperéis ¿Vale?
-     -Joder, Marcos. Te estás luciendo. Te recuerdo que tú eres que rozas los 30, no yo. Tienes a David por casa como alma en pena. De Sergio no voy a comentar nada, pero de ti sí. Tío, te dije que estaba pillado por ti y vas y le jodes. Tío, que esto no es propio de tí. Pero vamos, que yo no me meto, que tu eres casi mi hermano. Pero que no me quiero meter, pero me jode.
-    -Jelen, mira, tranquila, a la noche lo hablamos bien todo.
-     No pero a ver ¿Qué le digo? ¿Cómo le consuelo? Porque vamos, esta para chopped. No puede con la vida, claro, te recuerdo que hace un mes estabas tú así, pero parece que los demás te dan igual. Sólo quieres estar tu bien.
-    -Pero, vamos a ver, mira Jelen, te sabes todo mejor que nadie y… no voy a discutir contigo por David. Que nos vemos luego.

En cosa de poco menos de un minuto, uno de los pilares de mi vida me ha llamado viejo, egoísta, insincero e inmaduro. Lo peor, no es que me lo haya dicho Elenita, lo peor es que me ha arrancado unas lágrimas. Tiene mucha razón. Está cargada de razón.

Llegué a casa de Ana hecho una mierda. Menos mal que el pequeño Lucas saca sonrisas de donde no las hay. Pregunté por Jon, pero estaba en Irún, por no sé qué cosas de familia.

Expuse a Ana mis preocupaciones. A bocajarro, sin piedad y sin ningún tipo de síntesis.
Sentada en el sillón, sin parar de preguntar, sacando su garra de periodista, su afán de curiosidad y su poder curativo. Me revolvió en el interior, me sacó todo.

Chico, algo tienes que no gustas a nadie, Sergio. De verdad. Ana me ha dicho que juegas conmigo, pero que pase, que te borre. Me ha quitado el móvil y te ha bloqueado de todo. Pero, qué más da, el lunes te veré.

Mientras comíamos un pollo con arroz, hice un balance de todo. Con ella, evidentemente. 
Me ha dicho que, en realidad, es todo muy complejo, que no quita la razón a Elena, pero que sigo convaleciente de tu dolencia crónica. Que siempre quedará algo, pero ahí está mi fuerza de voluntad para taparlo. Que cierre tu capítulo, porque de nada servirá.

Joder, es que me muero por dentro. 
En realidad, te seré sincero, no tengo ganas de estar contigo. Ya no. Sólo de echarte de menos, porque me he acostumbrado, porque es algo rutinario y yo soy animal de rutina.

Pasé la tarde con Ana y Luquitas. Sin tí. Sin David. Sin Elena. Ana, Lucas, yo y la plastilina Jovi, haciendo caracolas en la mesa del salón y pintando borratajos en folios usados mil veces.

Sin quererlo se me hizo de noche. Sin quererlo me tuve que ir.
Me fui dispuesto a emplastecer todas las grietas, las que han resquebrajado la paz en casa estos días. Me fui dispuesto a curar mi infantilismo tardío. Me fui con ganas de dejarte ir.

Seguro que algún matemático es capaz de crear una ecuación por la cual, podamos hallar el tiempo exacto en que vuelves a mi vida, y me desbaratas todo.

Música para perforar mis tímpanos. Para que no se colase ni una sola gota de ruido exterior. Busqué en mi teléfono, entre miles de canciones y…

“…Hay alguien que pregunta si tal vez, tal vez, tu mirada esconda la locura. Y tú te sigues preguntando, si tal vez, tal vez acabará algún día esta tortura. Y tus silencios van tocando a despedida. Sepultando tu escenario. Y es que después de todos estos años. Y después de tanto, tanto daño. Y después de haber perdido tu sonrisa, de embargar todo tu encanto en malas cosas, en mala vida... de todos estos años. Y después de tanto, tanto daño. Y después de haber perdido tu sonrisa. De embargar todo tu encanto en malas cosas...”

Al salir del autobús, agaché la cabeza. Muerto de vergüenza.
Ahora soy yo el que la cago. Ahora soy yo el que se arrastrar. Ahora soy yo el que mendiga.

Abrí la puerta de casa. La cara de Elena fue un poema, arrugando el entrecejo e hinchando la nariz. David dejó de llorar al verme. Y yo hallé en sus ojos el cariño. Encontré lo que tu me negaste en la agonía de lo nuestro.

Fue entonces cuando me volví a dar asco. Cuando se me cerró la boca del estómago de nuevo. Cuando recordé mi torpeza para ver el amor. Cuando me sentí afortunado.

Saqué unas cervezas de la nevera, y entre nicotina y lúpulo ahogamos todos lo malo. Por anoxia oxipriva matamos todo. 

David comprendió mi situación. Aparté mi egoísmo en el cenicero y cedí. Porque necesitaba saber que escondía el verde de sus ojos. Nunca le había escuchado. No sabía de su fragilidad.
Siempre he sido perfeccionista en el trabajo, y tu lo sabes. Ahora, quiero serlo también en el amor.

Elena fue borrando arrugas de la frente, deshinchando la nariz y dibujando sonrisas. La costó, la verdad sea dicha.

Joder, que todo esto no es una película de amor en las que todo se arregla. Me toca demostrarlo con hechos, esos que yo siempre te pedía ¿Recuerdas?

En fin, que se nos hace tarde y tenemos que reconstruir todo. Que tenemos que reconciliarnos como tú y yo lo hacíamos. A pleno colchón, porque pulmones no me quedan, por el bendito tabaco.

Espero que si intuyes todo esto huelas este punto de inflexión.

Espero que te vayas dando cuenta de que hemos pasado a la historia de las parejas rotas.
Bueno, eso es lo que espero, porque soy el Rey de las recaídas amorosas.

Por cierto ¿Tú como estás?


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