Sábados en los que quiero vomitar, del asco que me dan. Hoy
fue uno de esos.
Tranquilo, esta vez tú no me das asco. Ni David me da asco.
Yo, yo soy el que doy asco.
Estoy viviendo una sarta de mentiras. Soy incapaz de decirme
a mí mismo esa verdad que tanto te he recriminado estos días. Las cosas claras.
David no me llena. Tú si me llenabas.
Y me he dado cuenta hoy, en la ducha.
Contigo discustía. Nos
contábamos las cagadas, los males, nos enfadábamos. Dejábamos de hablarnos
cinco minutos y… Nos reconciliábamos, como debe ser, rozándonos la piel,
desgastándonos dermis y epidermis. Sacábamos todo, nos quedábamos desnudos, en
carne viva y nos fusionábamos en uno. Con David no.
Se ha levantado y me ha dicho: “¿Quieres desayunar?”.
Sinceramente, Sergio, me han dado muchas ganas de darle una
colleja. Para que espabile. Le he mirado y le he contestado: . “Me voy donde
Lola, hay leche en la nevera. Encima de la mesa galletas que trajo Elena de su pueblo”
En realidad, creo que no sé lo que quiero.
Mientras el microondas, con su leche dentro, emitía un
sonido ensordecedor, yo imprimía las fotos de Lola del otro día. Bajé con ellas
y se las di. Me abrazó y sentí esa mandil lleno de olores que alimentan. Sentí
su suave y arrugada piel de la cara en mi cuello y se me pasó todo.
Tomé café, sólo café. No tenía estómago para tortilla. Será
que el asco que me doy me revuelve las tripas.
Mientras comentábamos un programa de la tele, Lola ponía
celo a sus fotos y las colgaba encima de la cafetera. Presidiendo el bar. Me
encanta hacerla sentirse especial, porque lo es y porque muy pocos lo ven. Es
única.
Salí del bar con los besos de Lola bien marcados en el
pómulo. Carmín con olor a beso de mi abuela. Compré la prensa y noté la
vibración del móvil. Descolgué y…
- -¿Marcos?
- -
¿Sí? ¿Quién es?
- -
Joder, no me conoces por la voz…
- -¡Hostia, Ana! ¡Qué susto! Es que con ese número…
-
-¿Te apetece venirte a casa a comer? He hecho pollo
y me apetece que vengas a probarla.
- -
¡Claro! Me salvas la vida.
-
-Bueno, pues vente cuando quieras. Que hoy no
pienso quitarme el pijama.
Cambié mi rumbo y fui caminado hasta Callao. Cogí el bus.
Llamé a Elenita. Parece ser que los dos niños hablan
demasiado entre ellos. Te cuento la conversación, tal cual:
- -Jelen, que como con Ana, en su casa. No me
esperéis ¿Vale?
- -Joder, Marcos. Te estás luciendo. Te recuerdo
que tú eres que rozas los 30, no yo. Tienes a David por casa como alma en pena.
De Sergio no voy a comentar nada, pero de ti sí. Tío, te dije que estaba
pillado por ti y vas y le jodes. Tío, que esto no es propio de tí. Pero vamos,
que yo no me meto, que tu eres casi mi hermano. Pero que no me quiero meter,
pero me jode.
- -Jelen, mira, tranquila, a la noche lo hablamos
bien todo.
- No pero a ver ¿Qué le digo? ¿Cómo le consuelo?
Porque vamos, esta para chopped. No puede con la vida, claro, te recuerdo que
hace un mes estabas tú así, pero parece que los demás te dan igual. Sólo
quieres estar tu bien.
- -Pero, vamos a ver, mira Jelen, te sabes todo
mejor que nadie y… no voy a discutir contigo por David. Que nos vemos luego.
En cosa de poco menos de un minuto, uno de los pilares de mi
vida me ha llamado viejo, egoísta, insincero e inmaduro. Lo peor, no es que me
lo haya dicho Elenita, lo peor es que me ha arrancado unas lágrimas. Tiene
mucha razón. Está cargada de razón.
Llegué a casa de Ana hecho una mierda. Menos mal que el
pequeño Lucas saca sonrisas de donde no las hay. Pregunté por Jon, pero estaba
en Irún, por no sé qué cosas de familia.
Expuse a Ana mis preocupaciones. A bocajarro, sin piedad y
sin ningún tipo de síntesis.
Sentada en el sillón, sin parar de preguntar, sacando su
garra de periodista, su afán de curiosidad y su poder curativo. Me revolvió en
el interior, me sacó todo.
Chico, algo tienes que no gustas a nadie, Sergio. De verdad. Ana me
ha dicho que juegas conmigo, pero que pase, que te borre. Me ha quitado el
móvil y te ha bloqueado de todo. Pero, qué más da, el lunes te veré.
Mientras comíamos un pollo con arroz, hice un balance de
todo. Con ella, evidentemente.
Me ha dicho que, en realidad, es todo muy complejo,
que no quita la razón a Elena, pero que sigo convaleciente de tu dolencia
crónica. Que siempre quedará algo, pero ahí está mi fuerza de voluntad para
taparlo. Que cierre tu capítulo, porque de nada servirá.
Joder, es que me muero por dentro.
En realidad, te seré
sincero, no tengo ganas de estar contigo. Ya no. Sólo de echarte de menos,
porque me he acostumbrado, porque es algo rutinario y yo soy animal de rutina.
Pasé la tarde con Ana y Luquitas. Sin tí. Sin David. Sin
Elena. Ana, Lucas, yo y la plastilina Jovi, haciendo caracolas en la mesa del
salón y pintando borratajos en folios usados mil veces.
Sin quererlo se me hizo de noche. Sin quererlo me tuve que
ir.
Me fui dispuesto a emplastecer todas las grietas, las que han
resquebrajado la paz en casa estos días. Me fui dispuesto a curar mi
infantilismo tardío. Me fui con ganas de dejarte ir.
Seguro que algún matemático es capaz de crear una ecuación
por la cual, podamos hallar el tiempo exacto en que vuelves a mi vida, y me
desbaratas todo.
Música para perforar mis tímpanos. Para que no se colase ni
una sola gota de ruido exterior. Busqué en mi teléfono, entre miles de
canciones y…
“…Hay alguien que
pregunta si tal vez, tal vez, tu mirada esconda la locura. Y tú te sigues
preguntando, si tal vez, tal vez acabará algún día esta tortura. Y tus
silencios van tocando a despedida. Sepultando tu escenario. Y es que después de
todos estos años. Y después de tanto, tanto daño. Y después de haber perdido tu
sonrisa, de embargar todo tu encanto en malas cosas, en mala vida... de todos
estos años. Y después de tanto, tanto daño. Y después de haber perdido tu
sonrisa. De embargar todo tu encanto en malas cosas...”
Al salir del autobús, agaché la cabeza. Muerto de vergüenza.
Ahora soy yo el que la cago. Ahora soy yo el que se
arrastrar. Ahora soy yo el que mendiga.
Abrí la puerta de casa. La cara de Elena fue un poema,
arrugando el entrecejo e hinchando la nariz. David dejó de llorar al verme. Y
yo hallé en sus ojos el cariño. Encontré lo que tu me negaste en la agonía de
lo nuestro.
Fue entonces cuando me volví a dar asco. Cuando se me cerró
la boca del estómago de nuevo. Cuando recordé mi torpeza para ver el amor.
Cuando me sentí afortunado.
Saqué unas cervezas de la nevera, y entre nicotina y lúpulo
ahogamos todos lo malo. Por anoxia oxipriva matamos todo.
David comprendió mi situación. Aparté mi egoísmo en el cenicero
y cedí. Porque necesitaba saber que escondía el verde de sus ojos. Nunca le había escuchado. No sabía de
su fragilidad.
Siempre he sido perfeccionista en el trabajo, y tu lo sabes. Ahora, quiero serlo también en el amor.
Elena fue borrando arrugas de la frente, deshinchando la
nariz y dibujando sonrisas. La costó, la verdad sea dicha.
Joder, que todo esto no es una película de amor en las que
todo se arregla. Me toca demostrarlo con hechos, esos que yo siempre te pedía
¿Recuerdas?
En fin, que se nos hace tarde y tenemos que reconstruir
todo. Que tenemos que reconciliarnos como tú y yo lo hacíamos. A pleno colchón,
porque pulmones no me quedan, por el bendito tabaco.
Espero que si intuyes todo esto huelas este punto de
inflexión.
Espero que te vayas dando cuenta de que hemos pasado a la
historia de las parejas rotas.
Bueno, eso es lo que espero, porque soy el Rey de las recaídas amorosas.
Por cierto ¿Tú como estás?
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