Lo importante de la vida y sus pequeños detalles.
Parece que todo va cambiando, aunque, el amor es como un
examen de facultad. Nunca te puede aventurar a decir que va bien, porque puede
ser todo lo contrario.
Pero yo soy muy de aventurarme. Amanecí con mariposas en la
tripa y evité los post-it de la pantalla del ordenar. Me recuerda a cuando me
enamoré de ti y decidí dejar la carrera en segundo plano por vivirte en la
primera fila.
Te hablaba antes de pequeños detalles, por ejemplo, unos
ojos verdes que brillan con el sol madrileño de mediodía. Creo que no hay mejor
alegoría de la vida que sentarte al lado de una persona y ser el afortunado de
ver sus ojos por primera vez. Hoy disfruté de uno del verde rozado con la luz.
Mi problema es haber perdido el hábito de sonreír, Sergio.
¡Coño! Que mis padres me pusieron una ortodoncia con diez
años, y yo, de repente, me he vuelto incapaz de sonreír. Me he lanzado a la
aventura de rozar una espalda desnuda con las yemas de los dedos y a fumar un
cigarro en febrero en el balcón. Un mundo de contrastes, el calor de la piel,
peleando a plena espada con el frío de Madrid.
Un domingo en el que no hacer nada, como los nuestros. Como
los que pasábamos en el sofá agotando películas y reposiciones de programas.
Sólo hay una pequeña diferencia, ya no es contigo, y tampoco te echo mucho de
menos.
¿Sabes? A veces, pienso que si alguien abre mi ordenador y
lee este documento, en el que no hago nada más que contar mi vida sin ningún
tipo de pudor, va a pensar que estoy loco, pero… ¡A la mierda! Me encanta, creo
que he vuelto a los 18, y de eso ya han pasado casi diez años.
Me he hecho cocinero, pero no como los de la televisión, de
los buenos. De los que consiguen hacer un plato excesivamente bueno con cuatro
cosas que hay en la nevera.
Hemos dejado a Elenita y a sus cosas de histérica vagar por
las calles de Madrid con un chico que ha conocido el otro día en Cats. Es lo
más, si tuviera que enumerar todos los hombres que la han ilusionado en la vida
me faltarían folios. Siempre con ese “Marcos, este es el de verdad, lo noto”.
Tiene el rádar del amor tan estropeado… bueno, como yo.
Desgaste mis puntas de los dedos cambiando de canal el resto
de la tarde, mientras que David me nutría con gominolas y cosas demasiado
insalubres para ser contadas. Cuando el día no parecía dar más de sí que unas
mariposas en el estómago y unos roces dérmicos… sonó el teléfono.
Elena y sus locuras. Que viene para acá con “nosecuantos”
compañeros de facultad a conocerme. Y yo, que soy tan anfitrión como los es
Isabel Preysler en un anuncio de bombones me puse mis galas más decentes y
adecenté cada rincón del hogar en tiempo record.
Sin darme cuenta, tenía a diez universitarios a mí alrededor
mirándome sin perder detalle de nuestras anécdotas de universidad y de vida.
¿Síntoma de que me hago viejo? ¡No! Es que me he convertido en voz de
experiencia.
Cuando el humo nicotinado había tomado el salón, aquéllos
chavales abandonaron el piso y me dejaron a mí, sólo, con David y Elena. En una
vida que se ha convertido en normal. Barriendo y recogiendo.
Y cuando ya dejas de creer en las señales y casualidades,
pones la radio y…
“Quédate por siempre a
mi lado. Es real lo que siento, mi vida, lo entendí, cuando te conocí. Yo que
no creía más en esto, fue el poder de tu amor lo que me hizo caer en esta
fascinación.
Esta fascinación que me da tu amor…”
Esta fascinación que me da tu amor…”
En ese momento sentí que, por el momento, no me equivocaba.
Que había conseguido aceptar amores que me mimasen. Aunque, a decir verdad, no
estoy muy convencido. Sufro un conflicto entre lo que pienso y debo pensar. Y
en medio de esa batalla aparece tu puta cara, cuando ya no sol, cuando sus ojos
está cerrados y cuando mi insomnio y yo vagamos por las sábanas esperando un
empujón que no lleve al camino bueno.
Imagino que tú estás igual, pero más sólo ¿Verdad?
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