Sin darme cuenta he amanecido en febrero.
Siempre he odiado este mes. Por frío. Por monótono. Por
corto. Siempre he odiado febrero. Hasta hoy.
No había persiana que pudiera con el sol. He puesto la
radio. Con ganas de llenarme de su magia y terminado cantando en la ducha:
“…Lo repito
por si no lo entiendes, me cansa estar triste y no me compensa más. He decidido enterrar el dolor y la pena, voy a olvidarme de los problemas. No
quiero más dramas en mi vida, solo comedias entretenidas. Así que no me vengas
con historias de celos, llantos y tragedias, no…”
Cantar Fangoria ha
sido como picharme energía en la aorta. Directo al corazón. Alegría.
Me vestí rápido. Bajé
las escaleras comiéndome una mandarina. Asomé la cabeza por la esquina y vi las
persianas del bar de Lola arriba ¡Aleluya! He madrugado más de la cuenta para
poder desayunar con ella.
Es una mujer
con garra. De las que nunca te dejan estar bajo de ánimo, y si no te abrazan y
recargan tu batería. Hoy no hizo falta. Hoy juntamos nuestros torrentes y
desayunamos con muchas risas. Dice que de mayor quiere ser Isabel Preysler y
posar para las revistas, llena de joyas. Se merece que se cumpla su sueño,
aunque sea gracioso. Apuré el café sin gana ninguna de irme la di un beso y
quedé con ella para la noche.
Estamos a primeros
de mes. Febrero es corto. Así que he decidido tirar la casa por la venta. Aunque
en 10 días, apure la lechuga lacia del fondo de la nevera.
De camino al trabajo
he comprado unas rosas para Ana. He corrido hasta la redacción rosas en mano,
como si me fuera a declarar a alguien.
Me he encontrado a
mi salvadora, cerrando el coche. Sin decir nada planté las rosas en su cara.
Ella ha contestado con dos lagrimitas. Las flores no son nada en comparación
con todo lo que está tirando de mí. Hemos pasado el día bromeando sobre ti.
Sobre lo tonto que eres. Sobre tu estupidez supina. Las cosas cambian, por el
momento.
Hemos comido con la
jefa. Ainhoa es buena, superficial y petarda. Pero buena gente. Nos hemos reído
mucho con ella. Con sus anécdotas de farandulera y de folclórica frustrada.
Ella parecía divertirse, pero todo es un misterio. Su cara tiene litros de
botox.
La tarde ha sido
muy productiva. He adelantado cosas para mañana. He ido a despedirme de Ainhoa.
Y fin. Ana me ha acercado con el coche a Fuencarral. Mi perdición. La calle del
derroche.
He comprado unas
zapatillas a David. Me dijo que las quería, pero no tenía dinero, así que he
decidido agradecer todo con cosas materiales. A Elenita le han tocado unos pendientes.
Mientras tanto, me
llamó mi jefa, quería saber si conocía a alguien para otra publicación de la
editorial. Le di tu número. En el fondo quiero que te vaya todo bien, y tenerte
un poco más cerca. Creo. Así que te llamará. No la cagues.
¡Dios! De repente
me acordé de Lola. Y de su deseo. La he comprado un collar de bisutería. Parece
de oro. He caminado a casa cual Julia Roberts en ‘Pretty Woman’. Di a los
chicos su regalo. David lo ha agradecido con un beso y una mirada que ha hecho
que se me olvide que me acosté contigo el otro día. Por error. Elena ha
gritado, como siempre, como si hubiera visto a Marta Sánchez.
He visto la cámara
de fotos en la mesa del salón. He empezado a idear cosas. A tramar. A crear. He
cogido el paquete de Lola y he raptado a los chicos, para bajarlos al bar. He
mirado por los cristales empañados y he visto que estaba vacío. He entrado con
el ímpetu que tuve siempre, con la energía de antes de tus cuernos. Y he
gritado:
-Lolita. ¿Tú no
querías posar con joyas? Pues arrea al baño que la Jelen te va a maquillar un
poco.
Lola se ha quedado
de piedra. Se ha sentado en la taza del váter del baño de señoras y se ha
dejado hacer por Elena. Han tardado 20 minutos. El tiempo que he tardado yo en
besar a David.
Al salir, la he
dado su paquete y se ha puesto a llorar como una plañidera. Elena estaba negra,
histérica, sufriendo por su maquillaje. La he quitado el mandil y la coroné como la Preysler con mi regalo. He desenfundado la cámara y he empezado a hacerle fotos. Nos hemos
reído mucho.
Ay mi Lola, Lolita,
Lola. Se ha emocionado y ha agradecido todo con una cena suculenta. Se ha
sentado con nosotros y nos ha empezado a hablar de su vida en Málaga. De lo que
le gusta Madrid y de lo que ama a la gente joven.
Dice que me adopta para
siempre.
Revisamos las fotos, tomamos unas cuantas cervezas y le ayudamos a
cerrar el bar. Me despedí de ella, sin poder evitar llorar de emoción. Hacía
mucho que no se sentía tan especial, ni yo tan contento con ella.
Hemos subido a
casa, a comentar la jugada. David ha quitado las etiquetas de las zapatillas
con el mismo arrojo con el que me desabrocha el cinturón. Elena creo que ha
dormido con los pendientes puestos.
El día ha sido
bizarro, ya ves. Pero siempre hay que dar las gracias.
Evidentemente, no
voy a contar nada de nuestra aventura de colchón.
Me estoy dando cuenta que
necesito que me quieran. Tú no lo hacías. David lo hace.
Os he vuelto a
poner en la balanza. David te va ganando (por muy poco, que lo sepas).
Ya en la cama me he
abrazado a sus espalda desnuda y me he puesto a pensar. Al final, lo que me
está quedando de todo esto es la gente. Es mi gente. Es la familia que he
creado. Lo raro, lo bueno, lo malo, lo menos malo y lo peor.
Si echo la vista
atrás siempre están ellos. Cuando los he necesitado. Siempre.
Aun así, te veo y
me rompes los esquemas. Mi cabeza está loca. No hay coherencia. Tú estás
acostumbrado a que no tenerla, pero yo no.
Si te digo que cada
vez te echo un poquito menos de menos ¿Cómo te sienta?
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