Friday, December 20, 2013

DÍA 23. El último vals



De nuevo desperté con la convicción de que siguías ahí. Ahora, ya no sé si es rutina o el simple hecho de que sigo enamorado. Pongamos que es más lo segundo.

Tengo la misma sensación que tenía cuando hacía las maletas para irnos de viaje. La sensación de que falta algo. En este caso, esa intuición es algo real. Estoy bien, pero te quiero. Faltas tú. Y yo ya lo siento por David.

Mira, prefería estar hundido por tu ausencia, que andar enamorado de uno. Pillado de otro. Esas cosas no acaban bien.

Agonía de 23 días. Hemofilia emocional. Las heridas no cierran, o parece que cierran y se vuelven a abrir.
Me puede el buen hacer. Es lo que me ha dicho Ana. Todo porque decidí darte la oportunidad, recomendarte para un trabajo y… ¡PAS! ¡Contratado! Cuando me lo dijo Ainhoa, respondí con una sonrisa, de esas que se cagan la puta. Una sonrisa falsa, de esas que no se poner. Tu lo hacías muy bien.

Tío, esto es todo tan raro. No por tu ausencia, que también. Sino porque tan pronto estoy bien, como estoy hundido. El cuerpo está algo resentido. Somatizo mucho.
Me has tatuado ojeras.

Después de comer me he escapado de la redacción, con Ana. Antes de caer y darme el golpe contra el suelo. Antes de quedar decrépito, recurro a ella.
La he planteado mil dudas, pero la que más me quema es ¿Tú lo pasarás mal?

No sé, estoy planteándome seriamente llamarte y volver. A la vez, me estoy planteando de manera firme formalizar las cosas con David ¿Me lo explicas? Porque, yo no lo entiendo y yo no me entiendo.

Me he pasado la juventud poniendo cordura. Ejerciendo del eje maduro de los dos. Ahora soy el incoherente y el inmaduro.
¡Qué cojones! Seguro que lo estás pasando mal, de no ser así ¿Por qué me pides volver? 
Pero bueno, la verdad, me importa poco lo que sientas. Me preocupa esto. Quiero no estar así ya. Es parejo a cuando quiero adelgazar, y quiero ver los resultados instantáneamente. Quiero estar bien ya. Sin esperas.

Mientras daba vueltas a un café con leche, Ana, encontró la raíz a mi problema. No concibo la vida sin ti. Y es verdad. David está supliéndote. Y lo hace muy bien. Pero está siendo continuamente comparado con tu rastro, con lo que has dejado. Lo que hacías. Lo que me decías. A veces para bien, otras para mal, pero lo comparo contigo.

No me quiero imaginar el caos que vas a ocasionarme cuando trabajes en el mismo edificio. Mañana lo comprobaremos.

A casa he ido en el coche de Ana. No tenía ganas de caminar. Además, me he apuntado al gimnasio y quería llegar pronto. Para no encontrarme con Elena y con David antes de ir a sufrir a uno de esos templos de la frivolidad muscular.

He cargado un poco el móvil y me he puesto ropa de deporte. He entrado en el gimnasio, he pagado la desorbitada cuota mensual y me he puesto a correr en una cinta, como si fuera un hámster. He intentado hacer movimientos costosos en una maquina muy rara. Me he duchado y me he ido a ver a Lola.

Nos han dado las tantas. Otra vez que cierro el bar con ella. La he acompañado al bus, del brazo.
Volví a casa. Qué paz. Los niños no estaban. Ventajas de que se encierren este mes en la biblioteca.

Auriculares y a intentar dormir. Que la música amansa a las fieras. Y yo tengo sentiemientos muy fieras:
“…La felicidad es un maquillaje, de sonrisa amable, desde que no estás. Siempre serás bienvenido a este lugar. A mi lista de obsesiones, de nombres a olvidar. Cómo recordarte, sin mirar atrás. Yo nunca olvidare el último vals ...”

La música, como siempre. Bandera de lo que voy sintiendo.

La reflexión te la dejo a ti, que pocas ganas tengo de seguir pensando, por hoy.

Pero no podré dormir si no me resuelvo la duda de ¿Y si hubiéramos vuelto? 

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