De nuevo desperté
con la convicción de que siguías ahí. Ahora, ya no sé si es rutina o el simple
hecho de que sigo enamorado. Pongamos que es más lo segundo.
Tengo la misma
sensación que tenía cuando hacía las maletas para irnos de viaje. La sensación
de que falta algo. En este caso, esa intuición es algo real. Estoy bien, pero te
quiero. Faltas tú. Y yo ya lo siento por David.
Mira, prefería
estar hundido por tu ausencia, que andar enamorado de uno. Pillado de otro.
Esas cosas no acaban bien.
Agonía de 23 días.
Hemofilia emocional. Las heridas no cierran, o parece que cierran y se vuelven
a abrir.
Me puede el buen
hacer. Es lo que me ha dicho Ana. Todo porque decidí darte la oportunidad,
recomendarte para un trabajo y… ¡PAS! ¡Contratado! Cuando me lo dijo Ainhoa,
respondí con una sonrisa, de esas que se cagan la puta. Una sonrisa falsa, de
esas que no se poner. Tu lo hacías muy bien.
Tío, esto es todo
tan raro. No por tu ausencia, que también. Sino porque tan pronto estoy bien,
como estoy hundido. El cuerpo está algo resentido. Somatizo mucho.
Me has tatuado
ojeras.
Después de comer me
he escapado de la redacción, con Ana. Antes de caer y darme el golpe contra el
suelo. Antes de quedar decrépito, recurro a ella.
La he planteado mil
dudas, pero la que más me quema es ¿Tú lo pasarás mal?
No sé, estoy
planteándome seriamente llamarte y volver. A la vez, me estoy planteando de
manera firme formalizar las cosas con David ¿Me lo explicas? Porque, yo no lo
entiendo y yo no me entiendo.
Me he pasado la
juventud poniendo cordura. Ejerciendo del eje maduro de los dos. Ahora soy el
incoherente y el inmaduro.
¡Qué cojones!
Seguro que lo estás pasando mal, de no ser así ¿Por qué me pides volver?
Pero
bueno, la verdad, me importa poco lo que sientas. Me preocupa esto. Quiero no
estar así ya. Es parejo a cuando quiero adelgazar, y quiero ver los resultados
instantáneamente. Quiero estar bien ya. Sin esperas.
Mientras daba
vueltas a un café con leche, Ana, encontró la raíz a mi problema. No concibo la
vida sin ti. Y es verdad. David está supliéndote. Y lo hace muy bien. Pero está
siendo continuamente comparado con tu rastro, con lo que has dejado. Lo que
hacías. Lo que me decías. A veces para bien, otras para mal, pero lo comparo
contigo.
No me quiero
imaginar el caos que vas a ocasionarme cuando trabajes en el mismo edificio.
Mañana lo comprobaremos.
A casa he ido en el
coche de Ana. No tenía ganas de caminar. Además, me he apuntado al gimnasio y
quería llegar pronto. Para no encontrarme con Elena y con David antes de ir a
sufrir a uno de esos templos de la frivolidad muscular.
He cargado un poco
el móvil y me he puesto ropa de deporte. He entrado en el gimnasio, he pagado
la desorbitada cuota mensual y me he puesto a correr en una cinta, como si
fuera un hámster. He intentado hacer movimientos costosos en una maquina muy
rara. Me he duchado y me he ido a ver a Lola.
Nos han dado las
tantas. Otra vez que cierro el bar con ella. La he acompañado al bus, del
brazo.
Volví a casa. Qué
paz. Los niños no estaban. Ventajas de que se encierren este mes en la
biblioteca.
Auriculares y a
intentar dormir. Que la música amansa a las fieras. Y yo tengo sentiemientos
muy fieras:
“…La felicidad es un maquillaje, de sonrisa
amable, desde que no estás. Siempre serás bienvenido a este lugar. A mi lista
de obsesiones, de nombres a olvidar. Cómo recordarte, sin mirar atrás. Yo nunca
olvidare el último vals ...”
La música, como
siempre. Bandera de lo que voy sintiendo.
La reflexión te la
dejo a ti, que pocas ganas tengo de seguir pensando, por hoy.
Pero no podré
dormir si no me resuelvo la duda de ¿Y si hubiéramos vuelto?
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