Friday, December 27, 2013

DÍA 24. La mejor noche de mi vida

Me desperté pensando en lo que debería ponerme. Siempre lo hago, cada vez que sé que te veré. Hoy hemos compartido demasiadas horas en poco espacio.

Me decepcionó no verte a la entrada, luego recordé que tu nuevo horario te hace madrugar menos.

Ana y yo nos dedicamos a hacer propuestas para nuevos reportajes y artículos de la revista. Nos encanta proponer cosas nuevas, ya sabes, Ainhoa se  pasa la mayoría de ellas por el arco de triunfo. Cosas de jefa que jamás entenderemos.

Todo pasa por algo. Y la predestinación que tu y yo tenemos es innata. Café de media mañana. Bar de siempre. Yo sólo. Tú en soledad. Buena ocasión para conversar, de no ser por tu orgullo.

Intenté hacerme el tonto durante unos minutos, con el afán de que me vieras y te acercaras. Lo dicho, tu orgullo no tiene límites. Más de medio café después fui yo, como siempre, el que se acercó.

-¡Hola! ¿No me dices nada? Dije.

-Pero Marcos… Si no te había visto. Estoy un poco mareado, con tanta cosa nueva ¿Qué tal la mañana? Respondiste.

-Bien, como siempre. Pero ya sabes que me encanta este trabajo. Constesté.

Nos sumergimos en nosotros, recordé los tiempos viejos, donde tu y yo compartíamos café. Caricias hubo. Sonrisas por doquier. Sentimientos de los de antes, de los bueno. Tan sólo unos minutos después me sorprendí después de decirte un “sí” a tu invitación de cenar. No me di cuenta. Inercia pura. Sin pensar.

La verdad, en otro momento me hubiese aterrado la idea, ahora, en este momento me encanta. Adoro volver a compartir tiempo contigo.

Nariz con nariz, nos aproximamos y… Ana entró en la cafetería. Me giré rápidamente, conozco de memoria su manera de taconear. Se acercó, te saludó y engulló un café.
Volví al trabajo siguiendo la huella del humo de mi cigarro. Conté a Ana nuestros planes y nos pusimos a dar el cayo. Hoy sin parar. Hoy con ganas de acabar jornada. Hoy con ganas de cenar contigo.

Aproveché los últimos rayos de sol cruzando Madrid, para sonreír.

Mientras transcribía una entrevista, me di cuenta de que este trabajo te hace sentir vivo. De lo bueno de estar activo, de ir consiguiendo objetivos profesionales, los sentimentales se me siguen escapando.

Mientras Ana llamaba al ascensor y me hacía gesto de “luegomellamas” y de “Cuántamelotodoporfavor”. Yo me retocaba el tupé, coquetería. Ella y su taconeo melódico se fueron. Yo en mi mesa, esperándote.

Diez minutos. Quince. Veinte… ¡Por fin! Un fluorescente agonizando, sin parar de parpadear te dio la entrada triunfal. Recogí las cosas y… emprendimos camino.
No hablamos del pasado. Nos dedicamos a reírnos. Tuve varias veces la sensación de que, cual Rey Católico, reconquistas tus dominios en mi cuerpo.

Recordé partes de piel, que se había vuelto vírgenes. Partes que David no había tocado.

Bobear, azotando baldosas del centro de Madrid, me encanta. Si es contigo me enamora.
Me tienes al borde de volver. No sé, me desarmas. Me licuas la sangre.

Cenamos ceviche. Probando cosas nuevas. Caminos, aproximándonos alarmantemente a casa. Caminando en círculos.

Plaza del Dos de Mayo. Magia para nosotros. Lugar clave en nuestra vidas y… Beso. Tardaba en llegar. Llegó.
Tienes una forma de pulir mis labios, que no se olvida. Que me mata y me revive en milésimas de segundo.

Catalepsia en un beso.

¿Recuerdas esta noche?  Yo la recordaré siempre. Sobre todo el momento en el que en un bar cualquiera, al filo de la medianoche, cogiste prestada una guitarra y cantaste:

“…Entre la felicidad y la desesperación, la carretera es muy corta. Necesitaba salir, romper con todo y vivir, que lo demás ya no importa... Como uno locos sin fe salimos a pelear contra la melancolía. Besamos la libertad, nos abrazamos a todo lo que nos sonreía. Como niños sin preocupación, como el ave que escapó. Creo que por una vez conseguimos no ser los esclavos de nadie. Nos perdonamos las viejas heridas. Así fue la mejor noche de mi vida…”

No recordaba tu habilidad frotando cuerdas de guitarra. Ni tu voz rompiendo en el agudo. Tampoco tu acento ficticio del sur al cantar. Tu y la música, posiblemente mis perdiciones más insanas. Tú y ella me habéis vuelto a clavar la flecha, habéis vuelto a hacer diana. Diana con dardos en forma de acordes.

El tabaco, tú y yo. Acabamos rozando la borrachera en mi portal. Terminamos labio con labio. Acabamos desgastando nuestras yemas de los dedos en el cinturón. Sin sexo.
En ocasiones hay más magia sin la magia del sexo. 

Sin pretenderlo te desahucié a mi sofá. A tú sofá. Mientras, mi torpe movimiento, dominado por la cerveza, era hilo musical de tu regreso a casa.

Me da pena David. Me doy pena yo. Me das pena tú. 
Hemos acabado como no queríamos. Hemos acabado acabando y no queríamos.

No sé, quizá dormir despeje todo esto. Te juro que esta noche ha sido muy decisiva. Quizá mañana. Aprovechando que estamos sólo en casa hablemos. Volvamos y decidamos romper con nuestros malestares. Nos necesitamos.

De nuevo me dejo llevar por el corazón. ¿Hablamos mañana?

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