Monday, December 30, 2013

DÍA 25. Libérame

Me levanté con el miedo a que siguieras ahí. Temía encontrarte en el sofá y tener que hablar. Pura vergüenza. Pero, a veces, el destino es cabrón y adorable al mismo tiempo. Te habías ido.

Carrera de fondo para llegar al trabajo y no entretenerme con los recuerdos. Cuando había superado recuerdos del pasado. En el portal, me dí de morros con el presente. David y Elena. Elena y David. Llegando a casa de la biblioteca, entre apuntes, y ahogados por el sueño.
Me sentí tan criminal. Tan asesino.

Mira, a decir verdad, no se si David es mi pareja, mi chico, mi chorbo, mi novio, un pasatiempos o un juguete. Ni idea. Lo que tengo calaro es que me salvo de la masacre en la que me habías sumido.

Joder, es que parece que se me había olvidado. Pasé semanas en una UCI emocional. En la que poco más y desarrollo un alexitimia. Sólo me servías tú. Encontré a alguien que me hacía sentir especial. Volviste tú.

Es increíble la rapidez con la que me haces deshacerme de todo lo malo. Es vertiginosa la velocidad con la que me embaucas y me lías.

Ana estuvo indignada por la escasez informativa a la que la sometí ayer.  Pero, no nos podemos enfadar. La verdad, es que con los amigos de verdad no hay café que no arregle nada. Y así fue.

Creo, que lo mejor es no darte más oportunidades. Como ella dice: “Pieza repetida no completa la colección”.

Cruzarme contigo y dejarte todo claro en una mirada. Me conoces como nadie. No mediamos palabra. Notaste mi negación en el ambiente. Yo me reafirmé arqueando las cejas, pero al final no pude evitar sonreírte. Supongo que, al final de todo, es como lo nuestro, siempre dejo la puerta abierta. Te estoy diciendo que no, pero, nunca se sabe. Ana, pese a sus consejos, cree que acabaremos juntos tarde o temprano.

Me he sentido muchas veces culpable. Y no lo soy. El infiel fuiste tú.

¡Mierda! Caminando hacia casa me di cuenta que yo también he mentido al chico de ojos infinitos.

Al llegar, se me olvidó que era viernes. Y destrocé la magia que tienen los comienzos del fin de semana sentando a David en el salón y dándole una dosis de realidad. Mira, si empezamos algo, que sea bien. Sin mentiras.

Hipocresía, no. Me mataría criticarte y, a la vez, se como tú. Sería para abofetearme. Y no.

 “David, mi amor. Mira te voy a ser claro. Aún sigo sintiendo algo por Sergio” Dije. A partir de ahí, todo salió a borbotones. Todo lo que hemos vivido después del adiós. TODO.

Vi como su corazón se rompía por los gesto que había en su cara, pero, permanecio inmóvil. Apenas habló, sus ojos verdes se convirtieron en cristal Murano gracias a las lágrimas, su piel morena se agrietaba al paso de las mismas.

Me recuerda a alguien. ¡Ah, sí! A mí contigo. Sin dignidad, sin importarme el sufrimiento.

No me dijo nada. Se limitó a ser hombro en el que llorar, como hasta ahora. Me necesita y yo le necesito. Eso es una realidad.

Por si no te habías dado cuenta. El amor es más cabrón que el odio. Odias y ya está. Amas y te complicas la vida.

Cuando creí que la conversación había terminado. Él me miró y me dijo: “Te quiero. Es lo que querías saber. ¿No?”

Sin pensarlo, respondí: “Y yo, yo también. Gracias”

Sí ¿Qué pasa? Lo he dicho. Que yo también le quiero. No debería importarte. Hace unos días te importaba Raúl.

A ver si me doy cuenta. A ver si te das cuenta. Somos futuribles inconexos. Nuestro amor ser ha viciado al sufrimiento. No vamos a llegar a nada, sólo a sufrir. Sólo al estercolero.

Lo sé, el discurso me ha quedado de puta madre. Sólo me queda cumplirlo. Lo intentaré. ¡Qué coño! Lo haré.

El resto de la noche la pasé con los chicos. Elena tumbada en mi tripa, y David en mi hombro. Soy como su padre. O esa sensación me da.

Antes de dormir, me puse a rebuscar entre los CD que siempre me ayudan:

“…No hay mal que dure cien años, mi amor vale mas que un papel.  Sólo libérame, desátame, acaba con lo poco que nos queda. Lo siento en la piel, no hay dos sin tres, tus manos no atrapan el sol. Sólo libérame, y déjame sola. Rompiéndome en silencio, volviéndome de piedra. A medias cintas no vale la pena…”

Joder, es que hay esperanza. Es que después de ti hay vida. Y yo sin saberlo.

Voy a dormir. Retiro todo lo que he perdonado. Retiro todo lo que he obviado.

¿Queda claro?

Friday, December 27, 2013

DÍA 24. La mejor noche de mi vida

Me desperté pensando en lo que debería ponerme. Siempre lo hago, cada vez que sé que te veré. Hoy hemos compartido demasiadas horas en poco espacio.

Me decepcionó no verte a la entrada, luego recordé que tu nuevo horario te hace madrugar menos.

Ana y yo nos dedicamos a hacer propuestas para nuevos reportajes y artículos de la revista. Nos encanta proponer cosas nuevas, ya sabes, Ainhoa se  pasa la mayoría de ellas por el arco de triunfo. Cosas de jefa que jamás entenderemos.

Todo pasa por algo. Y la predestinación que tu y yo tenemos es innata. Café de media mañana. Bar de siempre. Yo sólo. Tú en soledad. Buena ocasión para conversar, de no ser por tu orgullo.

Intenté hacerme el tonto durante unos minutos, con el afán de que me vieras y te acercaras. Lo dicho, tu orgullo no tiene límites. Más de medio café después fui yo, como siempre, el que se acercó.

-¡Hola! ¿No me dices nada? Dije.

-Pero Marcos… Si no te había visto. Estoy un poco mareado, con tanta cosa nueva ¿Qué tal la mañana? Respondiste.

-Bien, como siempre. Pero ya sabes que me encanta este trabajo. Constesté.

Nos sumergimos en nosotros, recordé los tiempos viejos, donde tu y yo compartíamos café. Caricias hubo. Sonrisas por doquier. Sentimientos de los de antes, de los bueno. Tan sólo unos minutos después me sorprendí después de decirte un “sí” a tu invitación de cenar. No me di cuenta. Inercia pura. Sin pensar.

La verdad, en otro momento me hubiese aterrado la idea, ahora, en este momento me encanta. Adoro volver a compartir tiempo contigo.

Nariz con nariz, nos aproximamos y… Ana entró en la cafetería. Me giré rápidamente, conozco de memoria su manera de taconear. Se acercó, te saludó y engulló un café.
Volví al trabajo siguiendo la huella del humo de mi cigarro. Conté a Ana nuestros planes y nos pusimos a dar el cayo. Hoy sin parar. Hoy con ganas de acabar jornada. Hoy con ganas de cenar contigo.

Aproveché los últimos rayos de sol cruzando Madrid, para sonreír.

Mientras transcribía una entrevista, me di cuenta de que este trabajo te hace sentir vivo. De lo bueno de estar activo, de ir consiguiendo objetivos profesionales, los sentimentales se me siguen escapando.

Mientras Ana llamaba al ascensor y me hacía gesto de “luegomellamas” y de “Cuántamelotodoporfavor”. Yo me retocaba el tupé, coquetería. Ella y su taconeo melódico se fueron. Yo en mi mesa, esperándote.

Diez minutos. Quince. Veinte… ¡Por fin! Un fluorescente agonizando, sin parar de parpadear te dio la entrada triunfal. Recogí las cosas y… emprendimos camino.
No hablamos del pasado. Nos dedicamos a reírnos. Tuve varias veces la sensación de que, cual Rey Católico, reconquistas tus dominios en mi cuerpo.

Recordé partes de piel, que se había vuelto vírgenes. Partes que David no había tocado.

Bobear, azotando baldosas del centro de Madrid, me encanta. Si es contigo me enamora.
Me tienes al borde de volver. No sé, me desarmas. Me licuas la sangre.

Cenamos ceviche. Probando cosas nuevas. Caminos, aproximándonos alarmantemente a casa. Caminando en círculos.

Plaza del Dos de Mayo. Magia para nosotros. Lugar clave en nuestra vidas y… Beso. Tardaba en llegar. Llegó.
Tienes una forma de pulir mis labios, que no se olvida. Que me mata y me revive en milésimas de segundo.

Catalepsia en un beso.

¿Recuerdas esta noche?  Yo la recordaré siempre. Sobre todo el momento en el que en un bar cualquiera, al filo de la medianoche, cogiste prestada una guitarra y cantaste:

“…Entre la felicidad y la desesperación, la carretera es muy corta. Necesitaba salir, romper con todo y vivir, que lo demás ya no importa... Como uno locos sin fe salimos a pelear contra la melancolía. Besamos la libertad, nos abrazamos a todo lo que nos sonreía. Como niños sin preocupación, como el ave que escapó. Creo que por una vez conseguimos no ser los esclavos de nadie. Nos perdonamos las viejas heridas. Así fue la mejor noche de mi vida…”

No recordaba tu habilidad frotando cuerdas de guitarra. Ni tu voz rompiendo en el agudo. Tampoco tu acento ficticio del sur al cantar. Tu y la música, posiblemente mis perdiciones más insanas. Tú y ella me habéis vuelto a clavar la flecha, habéis vuelto a hacer diana. Diana con dardos en forma de acordes.

El tabaco, tú y yo. Acabamos rozando la borrachera en mi portal. Terminamos labio con labio. Acabamos desgastando nuestras yemas de los dedos en el cinturón. Sin sexo.
En ocasiones hay más magia sin la magia del sexo. 

Sin pretenderlo te desahucié a mi sofá. A tú sofá. Mientras, mi torpe movimiento, dominado por la cerveza, era hilo musical de tu regreso a casa.

Me da pena David. Me doy pena yo. Me das pena tú. 
Hemos acabado como no queríamos. Hemos acabado acabando y no queríamos.

No sé, quizá dormir despeje todo esto. Te juro que esta noche ha sido muy decisiva. Quizá mañana. Aprovechando que estamos sólo en casa hablemos. Volvamos y decidamos romper con nuestros malestares. Nos necesitamos.

De nuevo me dejo llevar por el corazón. ¿Hablamos mañana?

Friday, December 20, 2013

DÍA 23. El último vals



De nuevo desperté con la convicción de que siguías ahí. Ahora, ya no sé si es rutina o el simple hecho de que sigo enamorado. Pongamos que es más lo segundo.

Tengo la misma sensación que tenía cuando hacía las maletas para irnos de viaje. La sensación de que falta algo. En este caso, esa intuición es algo real. Estoy bien, pero te quiero. Faltas tú. Y yo ya lo siento por David.

Mira, prefería estar hundido por tu ausencia, que andar enamorado de uno. Pillado de otro. Esas cosas no acaban bien.

Agonía de 23 días. Hemofilia emocional. Las heridas no cierran, o parece que cierran y se vuelven a abrir.
Me puede el buen hacer. Es lo que me ha dicho Ana. Todo porque decidí darte la oportunidad, recomendarte para un trabajo y… ¡PAS! ¡Contratado! Cuando me lo dijo Ainhoa, respondí con una sonrisa, de esas que se cagan la puta. Una sonrisa falsa, de esas que no se poner. Tu lo hacías muy bien.

Tío, esto es todo tan raro. No por tu ausencia, que también. Sino porque tan pronto estoy bien, como estoy hundido. El cuerpo está algo resentido. Somatizo mucho.
Me has tatuado ojeras.

Después de comer me he escapado de la redacción, con Ana. Antes de caer y darme el golpe contra el suelo. Antes de quedar decrépito, recurro a ella.
La he planteado mil dudas, pero la que más me quema es ¿Tú lo pasarás mal?

No sé, estoy planteándome seriamente llamarte y volver. A la vez, me estoy planteando de manera firme formalizar las cosas con David ¿Me lo explicas? Porque, yo no lo entiendo y yo no me entiendo.

Me he pasado la juventud poniendo cordura. Ejerciendo del eje maduro de los dos. Ahora soy el incoherente y el inmaduro.
¡Qué cojones! Seguro que lo estás pasando mal, de no ser así ¿Por qué me pides volver? 
Pero bueno, la verdad, me importa poco lo que sientas. Me preocupa esto. Quiero no estar así ya. Es parejo a cuando quiero adelgazar, y quiero ver los resultados instantáneamente. Quiero estar bien ya. Sin esperas.

Mientras daba vueltas a un café con leche, Ana, encontró la raíz a mi problema. No concibo la vida sin ti. Y es verdad. David está supliéndote. Y lo hace muy bien. Pero está siendo continuamente comparado con tu rastro, con lo que has dejado. Lo que hacías. Lo que me decías. A veces para bien, otras para mal, pero lo comparo contigo.

No me quiero imaginar el caos que vas a ocasionarme cuando trabajes en el mismo edificio. Mañana lo comprobaremos.

A casa he ido en el coche de Ana. No tenía ganas de caminar. Además, me he apuntado al gimnasio y quería llegar pronto. Para no encontrarme con Elena y con David antes de ir a sufrir a uno de esos templos de la frivolidad muscular.

He cargado un poco el móvil y me he puesto ropa de deporte. He entrado en el gimnasio, he pagado la desorbitada cuota mensual y me he puesto a correr en una cinta, como si fuera un hámster. He intentado hacer movimientos costosos en una maquina muy rara. Me he duchado y me he ido a ver a Lola.

Nos han dado las tantas. Otra vez que cierro el bar con ella. La he acompañado al bus, del brazo.
Volví a casa. Qué paz. Los niños no estaban. Ventajas de que se encierren este mes en la biblioteca.

Auriculares y a intentar dormir. Que la música amansa a las fieras. Y yo tengo sentiemientos muy fieras:
“…La felicidad es un maquillaje, de sonrisa amable, desde que no estás. Siempre serás bienvenido a este lugar. A mi lista de obsesiones, de nombres a olvidar. Cómo recordarte, sin mirar atrás. Yo nunca olvidare el último vals ...”

La música, como siempre. Bandera de lo que voy sintiendo.

La reflexión te la dejo a ti, que pocas ganas tengo de seguir pensando, por hoy.

Pero no podré dormir si no me resuelvo la duda de ¿Y si hubiéramos vuelto? 

Thursday, December 19, 2013

DÍA 22. Dónde estabas


Esta es la historia de cómo la vida puede ser maravillosa. Es la historia de vivir en Madrid.

Llevo más de 20 días parado en un cruce. 
Por un lado, comerme Madrid. Por otro, que Madrid me coma a mí. Así es la vida en esta ciudad, Sergio. O te devoras la gran urbe o ella te absorbe y te inmola. Es el precio de vivir en la mejor ciudad del planeta. Las grandes ciudades no permiten bajones. Y… antes de ti estoy yo.

Una carrera. Dos masters y tres idiomas. Eso no vale. En el amor eso es basura. Me ha hecho falta casi un mes para darme cuenta de ello. Soy un poco estúpido. Inocente.
No se si eres consciente de que este odio, viene porque te quiero. Sólo se puede odiar a la gente que se quiere. Y yo aun te quiero.

Y dirás… ¡Joder! Deja de pensar. Pero, esto es lo que ha dado de sí una noche de insomnio. Tener sobredosis alegría, es igual que estar al borde de caer. Los dos te quitan el sueño. Y las noches en vela son un arma de doble filo.

Al despertar, me encantó ver tu mensaje de  “Gracias por la entrevista de trabajo"
No se, son cosas que me salen de dentro. Ante todo soy elegante. Un elegante lleno de rencor, que está dispuesto a seguir dando su vida por ti. Espero que logres entender tanta incoherencia.

Hoy, Kate Moss me ha guiñado el ojo mientras tomaba el café. Quizá siga mis pasos y te quiera pese a todo. Quizá te quiera aunque no estés.

En la redacción, se me ha puesto un nudo en el estómago cuando te he visto venir hacia mi mesa. Tu entrevista de curro.
Ana ha temido por mi integridad, pero, sorprendentemente he sabido controlarme. Te he deseado suerte. Porque sí. Porque lo mereces.

Al salir, me has ofrecido un café. Y ni a ti, ni al sabor amargo del café, os he dicho nunca que no. Los dos me gustáis.

He besado a Ana, a modo de despedida. Ella no ha podido evitar su vena curiosa y me ha dicho:
-Marcos. Llámame y… ¡Me cuentas todo, eh!
-Tranquila. Luego te hago un especial informativo. Contesté entre risas.

Volverte a ver dar dos besos a Ana ha sido un déjà vu. Una vuelta al pasado. Y te miento si te digo que no me ha encantado.

Bajamos en el ascensor hablando de tu entrevista. De lo bien que te trató Ainhoa. Juegas con ventaja. Espero que salga todo a tu favor.

Volvimos a la misma cafetería, al mismo rincón, al mismo sofá. Al mismo punto donde compartimos caricias entre besos y complicidad.
La conversación era puro reproche mutuo. Era echarnos las cosas en cara. Era cargarse la magia de aquel café.

De pronto, has decidido parar la conversación. Acariciarme la cara. Mi pierna temblaba mientras decías:
-¿Y si lo volvemos a intentar?

Silencio sepulcral.

-Estás de coña ¿No? Sergio, que las cosas no funcionan así. Que llevo días intentando salir del atolladero y ahora vienes con todo esto. Que no. Que no quiero. Que llorado horas y horas. Que he andado con la cabeza baja por todo Madrid. Mira… Aunque me arrepienta. NO. Contesté casi sin respirar.

¿De qué vas? Está claro que no te puedo dar votos de confianza. Y de esto me doy cuenta después de no estar juntos.
El resto de la conversación fue cordial. Hubo jaleo al despedirnos, estábamos acostumbrados a comernos.
Llamé a Ana, como prometí. Nos reímos de tí, de lo ridículo que eres y nos despedimos, hasta mañana.

Enchufé los auriculares y:

“…Dónde estabas cuando toda mi alma se partía en pedazos preguntando por ti. Cuando el frio me caló hasta en los huesos, y un profundo silencio te alejaba de mí. Dónde estabas cuando todo mi tiempo se perdía en buscarte para hacerte reír. Cuando tantas noches desesperadas suplicaba a tu boca que mintiera por mí. Dónde estabas cuando todo acabo. Dónde estabas cuando el sol se durmió. Dónde estabas cuando toda mi alma se cayó del balcón…”

He conseguido volver a encontrar música para definir lo que siento. La música nunca falla, tu sí. Mucho.

Me alegro por haber tenido la fuerza de voluntad de no acostarme contigo. Me lamento por escucharte. No debí sentarme contigo en ese sofá, en esa cafetería.

El resto del día fue como tú no hubieras querido. Con Elena. Con David. Hablando de nosotros. Sin Sergios de por medio.

Hoy he vuelto a hacer el amor. Con David, esta vez. Y no ha estado mal. Pensé que no podría sin ti. Pero sí. Voy superándote. Desintoxicándome.

Eso sí, sigues aquí. En mis venas. No me va a ser fácil.
Espero que me mantenga y que no me abstenga de esta convicción. Espero seguir fuerte.
Espero no volver a darte oportunidades. No las mereces.

Aunque, ahora que lo pienso ¿Soy duro contigo?

Wednesday, December 18, 2013

DÍA 21. Dramas y comedias



Sin darme cuenta he amanecido en febrero.

Siempre he odiado este mes. Por frío. Por monótono. Por corto. Siempre he odiado febrero. Hasta hoy.

No había persiana que pudiera con el sol. He puesto la radio. Con ganas de llenarme de su magia y terminado cantando en la ducha:

“…Lo repito por si no lo entiendes, me cansa estar triste y no me compensa más.  He decidido enterrar el dolor y la pena, voy a olvidarme de los problemas. No quiero más dramas en mi vida, solo comedias entretenidas. Así que no me vengas con historias de celos, llantos y tragedias, no…”

Cantar Fangoria ha sido como picharme energía en la aorta. Directo al corazón. Alegría.

Me vestí rápido. Bajé las escaleras comiéndome una mandarina. Asomé la cabeza por la esquina y vi las persianas del bar de Lola arriba ¡Aleluya! He madrugado más de la cuenta para poder desayunar con ella.

Es una mujer con garra. De las que nunca te dejan estar bajo de ánimo, y si no te abrazan y recargan tu batería. Hoy no hizo falta. Hoy juntamos nuestros torrentes y desayunamos con muchas risas. Dice que de mayor quiere ser Isabel Preysler y posar para las revistas, llena de joyas. Se merece que se cumpla su sueño, aunque sea gracioso. Apuré el café sin gana ninguna de irme la di un beso y quedé con ella para la noche.

Estamos a primeros de mes. Febrero es corto. Así que he decidido tirar la casa por la venta. Aunque en 10 días, apure la lechuga lacia del fondo de la nevera. 
De camino al trabajo he comprado unas rosas para Ana. He corrido hasta la redacción rosas en mano, como si me fuera a declarar a alguien.

Me he encontrado a mi salvadora, cerrando el coche. Sin decir nada planté las rosas en su cara. Ella ha contestado con dos lagrimitas. Las flores no son nada en comparación con todo lo que está tirando de mí. Hemos pasado el día bromeando sobre ti. Sobre lo tonto que eres. Sobre tu estupidez supina. Las cosas cambian, por el momento.

Hemos comido con la jefa. Ainhoa es buena, superficial y petarda. Pero buena gente. Nos hemos reído mucho con ella. Con sus anécdotas de farandulera y de folclórica frustrada. Ella parecía divertirse, pero todo es un misterio. Su cara tiene litros de botox.

La tarde ha sido muy productiva. He adelantado cosas para mañana. He ido a despedirme de Ainhoa. Y fin. Ana me ha acercado con el coche a Fuencarral. Mi perdición. La calle del derroche.

He comprado unas zapatillas a David. Me dijo que las quería, pero no tenía dinero, así que he decidido agradecer todo con cosas materiales. A Elenita le han tocado unos pendientes.

Mientras tanto, me llamó mi jefa, quería saber si conocía a alguien para otra publicación de la editorial. Le di tu número. En el fondo quiero que te vaya todo bien, y tenerte un poco más cerca. Creo. Así que te llamará. No la cagues.

¡Dios! De repente me acordé de Lola. Y de su deseo. La he comprado un collar de bisutería. Parece de oro. He caminado a casa cual Julia Roberts en ‘Pretty Woman’. Di a los chicos su regalo. David lo ha agradecido con un beso y una mirada que ha hecho que se me olvide que me acosté contigo el otro día. Por error. Elena ha gritado, como siempre, como si hubiera visto a Marta Sánchez.

He visto la cámara de fotos en la mesa del salón. He empezado a idear cosas. A tramar. A crear. He cogido el paquete de Lola y he raptado a los chicos, para bajarlos al bar. He mirado por los cristales empañados y he visto que estaba vacío. He entrado con el ímpetu que tuve siempre, con la energía de antes de tus cuernos. Y he gritado:

-Lolita. ¿Tú no querías posar con joyas? Pues arrea al baño que la Jelen te va a maquillar un poco.

Lola se ha quedado de piedra. Se ha sentado en la taza del váter del baño de señoras y se ha dejado hacer por Elena. Han tardado 20 minutos. El tiempo que he tardado yo en besar a David.

Al salir, la he dado su paquete y se ha puesto a llorar como una plañidera. Elena estaba negra, histérica, sufriendo por su maquillaje. La he quitado el mandil y la coroné como la Preysler con mi regalo. He desenfundado la cámara y he empezado a hacerle fotos. Nos hemos reído mucho.

Ay mi Lola, Lolita, Lola. Se ha emocionado y ha agradecido todo con una cena suculenta. Se ha sentado con nosotros y nos ha empezado a hablar de su vida en Málaga. De lo que le gusta Madrid y de lo que ama a la gente joven. 
Dice que me adopta para siempre. 
Revisamos las fotos, tomamos unas cuantas cervezas y le ayudamos a cerrar el bar. Me despedí de ella, sin poder evitar llorar de emoción. Hacía mucho que no se sentía tan especial, ni yo tan contento con ella.

Hemos subido a casa, a comentar la jugada. David ha quitado las etiquetas de las zapatillas con el mismo arrojo con el que me desabrocha el cinturón. Elena creo que ha dormido con los pendientes puestos.

El día ha sido bizarro, ya ves. Pero siempre hay que dar las gracias.
Evidentemente, no voy a contar nada de nuestra aventura de colchón. 
Me estoy dando cuenta que necesito que me quieran. Tú no lo hacías. David lo hace.
Os he vuelto a poner en la balanza. David te va ganando (por muy poco, que lo sepas).
Ya en la cama me he abrazado a sus espalda desnuda y me he puesto a pensar. Al final, lo que me está quedando de todo esto es la gente. Es mi gente. Es la familia que he creado. Lo raro, lo bueno, lo malo, lo menos malo y lo peor. 
Si echo la vista atrás siempre están ellos. Cuando los he necesitado. Siempre.

Aun así, te veo y me rompes los esquemas. Mi cabeza está loca. No hay coherencia. Tú estás acostumbrado a que no tenerla, pero yo no.

Si te digo que cada vez te echo un poquito menos de menos ¿Cómo te sienta?