06:55 de la mañana. El despertador hoy me ha clavado, cual puñal, su estridente sonido en los tímpanos.
¡Mierda! Hoy es sábado. Madrugón innecesario.
He visto tu mensaje. Me alegré, por mi reticencia
a terminar con lo nuestro. Leí y te odié.
Esta tarde a las 20’30 paso a por mis cosas
Aséptico. Sin cariño. Sin cordialidad. Sin
sentimiento. Sin nada de lo que otrora fuimos.
Me levanté. Encendí la tele y odié los sábados. Abrí la puerta de la
habitación de invitados. Elena como un tronco. Cuidar de mí la deja agotada.
He vuelto a la cama con la inmensa necesidad de
contacto humano. Ahí estaba David. Es una pena que no pudiese mirarle a los
ojos. Apreté mi esternón contra su espalda desnuda.
Intenté dormir y todo se quedó en intento. Me debes
horas de sueño.
El día sin expectativas. He preparado una entrevista
para el lunes. He recogido la casa y he hecho el desayuno a los niños. Yo me he
bajo a ver a Lola y a sus tortilla.
Por el breve camino, he comprado unos bombones de
chocolate y se los he llevado.
Su cara ha sido el mero reflejo de la alegría.
Agradecida se ha comido tres.
Me ha dado
muchos consejos, un café ardiendo y una tortilla de premio Nobel de química.
Hemos hablado de ti, de tu huída y desplante, de tus desprecios conmigo. Lola,
como buena mujer malagueña de genes, ama el cante. Con el bar a medio gas de
clientela ha decidido dedicarte un trozo de canción:
“… Es un gran
necio, un estúpido engreído, egoísta y caprichoso. Un payaso vanidoso. Inconsciente
y presumido. Falso, malo, rencoroso, que no tiene corazón…”
Si Rocío Jurado hubiera sido miembro de la RAE, habría clavado tu
definición.
Nos hemos reído mucho.
Dice que tengo una sonrisa preciosa. Mi madre también lo dice, pero es
fruto de llevar aparato de dientes toda mi adolescencia.
Me he despedido de ella con más pena que nunca. Ese momento ha sido
genial. Medicinal.
Prensa en mano he entrado en casa. Marta Sánchez a todo volumen me ha
dado la bienvenida. Tengo que frenar ese fervor universitario, aunque por el
momento me alegra los días.
David hizo ademán de irse. No le dejé. Necesitaba su presencia para tu
visita. Quería que te murieses de celos.
En la tarde, hemos acompañado a Elena de porteadores por Gran Vía. Quería
no sé qué colección, de no sé qué diseñador para H&M. Se ha probado mil
looks. Mientras David y yo jugábamos con los accesorios de la tienda. Como
tontos.
Hemos tomado un par de cervezas, en el bar de la Plaza del 2 de Mayo,
donde tu quedabas con tus amigos antes de salir. El tiempo se me ha pasado
rápido
¡Bendita Elena! ¡Bendito chico de ojos hipnóticos! Te han extirpado de
mi cabeza toda la tarde.
Hemos llegado a casa con el tiempo justo como para prepararme para
el último adiós. Me he vestido como para gustarte y que te mueras al verme.
Para que te des de cabezazos por haberme perdido. O para que te arrodilles y
vuelvas a colorar tus cosas en las estanterías.
Pitillos vaqueros, botas Panama, camisa de cuadros y tu bufanda como
mensaje encubierto de que te sigo queriendo en mi vida.
Con el cuadro que he desarrollado hoy, he planteado la “Teoría de la
Proximidad al amor de tu vida”. Es un estado catatónico, por el cual, cuando el
amor de tu vida, necesariamente ya perdido, se encuentra a menos de 200 metros
de ti. El sujeto (en este caso yo) actúa de manera incoherente, infantil y sin
sentido.
Eso he sido yo en los dos minutos previos a que presionaras con fuerza
el telefonillo.
Te ha abierto Elena.
David, como un gallito, se plantó en la puerta. Era mi Kevin Costner
velando por mi seguridad.
Reconocí tus firmes pasos y tus jadeos por la escalera de madera. Subir
a un cuarto sin ascensor jode. Tú siempre lo decías.
He puesto en práctica el saludo que ensayé el otro día. Frío y cordial.
Has pasado de mí y te has fijado en David. A Elena ni la has mirado y… ella
sufre de Pantojismo y necesita atención. No soporta que la ignores y no te
soporta a ti.
David me ha cogido de la cintura. Me he parapetado en su brazo y me he
sentido menos frágil. Mi corazón, para entonces, ya sonaba a cristal roto.
Ofuscado en la búsqueda de tus pertenencias, te has olvidado de todo el
tiempo que hemos vivido juntos en esa casa.
Has ido directo a por el cuadro de Kate Moss. Te lo querías llevar. Eso
ha sido causa detonante de la Guerra Fría que acaba de comenzar. Te he bajado
el brazo y te he dicho que ni de coña ¿Lo recuerdas?
Esa foto necesita estar en su sitio para que me recuerde que tú y yo
fuimos uno.
Enfadado has mirado a David y has resoplado diciendo:
-¿Y este quién es? ¿Tu puto?
El pobre ha tragado con ello y te ha empujado. Te ha echado de tu propia
casa. Se lo he perdonado por lo grave de la situación.
Ni beso. Ni adiós. Ni nada. Te has ido.
He preparado algo de cena y hemos comentado la situación. He sentido a
Elena muy cerca y a David queriéndose acercar. Se ha convertido en otro pilar.
¡Por cierto! Te has llevado mi corazón en una de las bolsas de basura.
Lo recuperaré.
¿O serás tu quién me lo devuelva?
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