He dormido poco más de una hora. Por tu culpa.
A las tres de la mañana me puse a planchar, después redacté un
artículo y mandé unos mail. Sigues sin dejarme dormir.
A las 5 a.m. me di a la cafeína.
No hay periodista que
no sea adicto al café, y yo no voy a ser menos.
He meditado mucho, toda la noche.
¿Por qué te empeñas en que te odie? No es justo. Me has
obligado a sentir cosas que no estaba preparado para hacer.
¿Odio? ¿A ti? No tengo motivos. Bueno, los tengo, pero no
quiero verlos.
Me he sentado a observar a Elena en lo que me ponía los
calcetines. Dormía profundamente. Y yo que pensé que los ángeles de la guarda
no dormían…
Por cierto. Hablando de ángeles de la guarda…
He bajado al bar de Lola. Eran las ocho de la mañana. No
tenía ni las mesas montadas, pero conmigo siempre hace excepciones. Café y
tortilla recalentada. Lo sé, pero no había más, aun así sabe igual de buena.
Poco hemos hablado. Hemos comentado un par de revistas del
corazón. Entre risas.
Un par de besos de despedida. En realidad no iba a
desayunar, iba a por sus besos. Siempre lo hago.
Hoy he decidido hacinarme en un metro en hora punta.
He alquitranado mi garganta en cinco caladas y he esperado a
que llegara Ana. La he contado lo de ayer. No ha dicho nada.
Tengo que caer yo sólo y errar, sólo así aprenderé. Es lo
único que ha sentenciado.
Lo cierto es que lo que hoy me ha pasado contigo ha sido
como cuando tienes fiebre. A ratos te comes el mundo y a ratos el mundo te come
a ti. Una cosa te diré, el dolor de corazón es peor que el malestar febril.
Elena y Ana son mis tutoras legales, al menos por el
momento. ¿Sabes que se han intercambiado los teléfonos?
A la salida del trabajo
me han llevado al teatro.
Hemos visto una obra de Mihura. Es nueva y no recuerdo bien
el título, pero te lo diré la próxima vez que te vea, Sergio. Si es que hay
próxima vez.
He hecho una firme invitación a cenar, ninguna de las dos me
ha hecho caso. Tienen razón, un día de diario no son horas.
La verdad que el día de hoy ha sido flojo.
Mis ángeles me han cuidado, cada una a su manera.
Eso ha sido lo mejor. Eso y llamar a mi hermano.
Él tampoco lo está pasando bien, cada uno con nuestro tema.
Yo con un corazón aplastado a cañonazos y él con miles de exámenes, y luego las
prácticas del hospital.
Le he contado todo. Jamás me había sincerado tanto con Alonso,
pero al fin y al cabo es mi hermano, y aunque sus consejos no sean muy buenos, siempre
escucha sin interrumpir.
Elena y yo hemos comido un poco de fruta para cenar. Mera
operación bikini en pleno enero.
Coca-Cola en mano me he decidido por meter tus cosas en
bolsas de basuras. No te preocupes no voy a traficar con ellas. Sólo se
quedarán en la habitación de invitados hasta que decidas volver. A por ellas,
claro.
¿Sabes qué? Elena ha cogido el CD de Malú y…
“…Voy a quemarlo todo,
tus camisas, tus sonrisas falsas, todo. Y lo hago todo sin rencor. Tú, carne de
olvido. Voy a quemarlo todo, tus revistas raras tus mensajes, todos, y tus
cartas de amor. Tú, ceniza gris de olvido…”
Entre Malú y la virulencia con la que Elena te ha insultado,
me han entrado ganas de odiarte. Es más, están aumentando exponencialmente.
Te lo dije, soy montaña rusa.
Te quiero y te odio por obligación.
No hay
mayor explicación que tu afán por hundirme en un estercolero sentimental y
condenarme a la más absoluta desazón.
Ayer, mientras lloraba bajo la lluvia pensé que lo
conseguirías.
Hoy, empujado por mis ángeles y custodiado por las letras de Malú,
te digo que NO LO LOGRARÁS.
Si vis pacem, para bellum.
La paz. La quiero. En mi interior.
No quiero recluirme en geriátricos amorosos. No quiero
entrar en el cíclico pensamiento de que volverás, por más que me muera de
ganas. Siento la necesidad de destruirte poco a poco.
Si ayer la batallábamos en tu cama. Hoy lo hago desde mi
casa. No estoy convencido.
Te sigo queriendo. Mucho. Demasiado. Es incontable.
Pero, hace tiempo, cuando era animal de facultad, establecí
un pacto de no agresión para conmigo mismo. Tus reglas me las puedo saltar,
pero las mías no. Nunca. O no debería.
Ya bastante tuve con esta semana y el Estado de
excepción que decreté en mi vida. Poco a poco saldré de la mierda. Supongo.
Así que amado, Sergio ¿Quieres guerra? ¡LA TENDRÁS!
No comments:
Post a Comment