Hoy día libre. Ventajas tener demasiados días de descanso. Lo pedí hace
tiempo, para ir contigo a Valladolid, a pasar el día ¿Te acuerdas?
Siempre nos hacía ilusión ir a Valladolid. Para mí significa
casi toda mi vida, mi infancia, mi adolescencia. Para ti, era yo el principal
motivo. Yo y mis historias en cada rincón.
Mis ganas de volver a mi tierra me han impedido quedarme en
Madrid. Lo no pude fue viajar sin tutela.
Mientras desayunaba, puse el informativo matinal. Deliberé
durante unos minutos sobre mi compañía en el viajé. Todo quedó inconcluso.
A la vez que apuraba las migas de galleta, que ya habían
empezado a sedimentar en la taza, visualicé los ojos verdes. Corrí a por el
teléfono. Llamé insistentemente. Una vez. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. ¡Por fin!
-¡Joder! David, estás
ahí. Olvídate de la facultad por hoy. Corre a la ducha. Ponte muy guapo. Te
espero en Chamartín a las 11 en punto. Desperézate y todo lo que quieras, pero
por favor no te embobes. Di a tus compañeros que hoy también llegarás tarde, y
que no comerás en casa, y… Bueno, ya lo irás viendo. Pero te quiero allí a las
11. Puntual. Y no me digas que no.
-Pe…, pe…, pero ¿Dónde
vamos? Me dijo David asustado.
-Vístete y no pierdas
tiempo. Recuerda 11 en Chamartín. No quiero retrasos. Respondí serio.
-¡Sí! Contestó sin
pensar.
Dediqué el resto del tiempo a arreglarme.
Cogí la cartera, las llaves y… listo.
¡Hostia! Los billetes. Corrí escaleras arriba. Segundo cajón
del escritorio. En la habitación de invitado. Ahí los dejaste.
Llamé a un taxi. 19’80€ después llegué. Hiperventilando.
Nervioso y sin pensar lo que había hecho.
Tomé un café, que parecía calentado por los altos hornos de
cualquier metalúrgica. Revisé billetes y esperé a David.
10:55. Estaba al borde del colapso. No paraba de mirar el
móvil, y tú, mejor que nadie sabes que eso sólo lo hago si estoy extremadamente
nervioso.
¡Ahí estaba! Lo agarré de la mano y lo llevé hasta la vía
16. Pasamos el control de billetes y nos ubicamos. Coche 3. Asientos 11V y 12P. Yo como siempre ventana, para ir
explicándote cosas de las llanuras de mi tierra. ¡Mierda! ¡Es la puta costumbre!
Ya jamás te volveré a explicar todo esto.
David estaba muerto de nervios. No sabía nada. Él sólo se
limitaba a disfrutar y a apretarme la mano con fuerza.
¡Por fin! Una voz robótica anunció: “Próxima estación: Valladolid-Campogrande”
Hacía mucho que no te sentía tan lejos, ni a mí tan
liberado.
Salimos disparados de la estación, como hacíamos tú y yo.
Con ganas de comernos Pucela.
Sin darnos cuenta estábamos en la Calle Santiago, entre señoras con abrigos de visón y chavales que
han obviado sus horarios de instituto.
Al llegar a la Plaza Mayor, le expliqué todo. Lo mismo que
siempre te decía a ti. Imaginé que eras tú, Sergio. Le planté debajo del
Ayuntamiento, en los soportales, y repetimos nuestra tradición de besarnos ahí.
Debajo, parando el reloj.
Caminamos hasta la Antigua. Nos sentamos debajo de la cruz
de piedra. Como contigo, compartimos cigarro.
Apuramos las baldosas hasta llegar a la facultad de
Medicina. Entramos en ese bar que siempre te gustaba tanto el Tío “Nosequé”. Tú
recuerdas bien el nombre. Dos cañas y unas patatas fritas a medias, risas y
alguna que otra caricia en los mofletes.
Antes de las tres, caminamos hacia casa.
A mi Plaza de
las Batallas. ¡Dios mío! Hace 10 años que ya no vivo en ese portal. Hace 10
años que no huelo, a diario, la comida de Mamá por la escalera.
Hoy he recuperado sensaciones que me habías robado. La magia,
la puso David. La energía corrió de mi cuenta y el amor más sincero lo puso la
cara de Mamá al verme por sorpresa.
Me ha alegrado verla. Sonrisa y abrazo. No ha necesitado
más.
Mi padre arqueó la ceja derecha. Sabes que siempre lo hace
cuando algo se sale de su plan.
¿Recuerdas que lo hizo cuando os presenté?
Nunca le gustaste nada. Ni un poco.
Mi hermano, inexpresivo como siempre. En su abrazo
noté que se alegró al verme. Enseguida se puso a charlar con David. Al fin y al
cabo comparten la misma edad y los mismos estudios universitarios.
Mamá sacó más comida. En mi casa, siempre hay comida para el que quiera. El frigorífico está
siempre lleno. Mi hermano dice que mis padres hacen Tetris en la nevera,
para colocar todo ¿Qué te voy a contar que no sepas, Sergio?
Mamá me encerró en la cocina.
Ella y su afán por evitarme
sufrimientos. Me preguntó por este puterío que vivía con un chico 6 años menor
que yo. Ella siempre es precavida. Se preocupa, regaña, aconseja y al final
sonríe. Nunca actúa con mala fe. Tú si.
La comida transcurrió con una naturalidad absoluta. Como si
fueras tú el que estaba sentando a mi lado, en la mesa.
David se abrió en canal, contó su vida entera. A mis padres, les
reconfortó saber que es amigo de Elena. De ella se fían, la conocen de toda la vida.
Tomamos café con los tres. En el sofá de estampado floral.
El mismo sofá donde dormía la siesta, después del instituto. Repasamos fotos del
salón con Mamá, mientras mi padre roncaba desde la habitación.
Me jode que
David se haya ganado a mi madre antes que tú. Me da rabia, porque él ha llegado
por sorpresa. A ti, te tuve que hacer campaña de propaganda.
Mamá me miraba como clavándome al sofá. Ni por asomo quería
que marchásemos.
Maté a besos a mi reina antes de irme. A mi madre las
despedidas la ahogan y siempre llora. Y más si es de mí de quien se despide.
Ella y yo, desde hace 28 años, somos uno.
Mi hermano nos acompañó hasta la puerta del Clínico. Así
aprovechaba para fumar un cigarro furtivo, antes de entrar a sus prácticas.
Volvimos a desandar lo andado. Nos hicimos unas cuantas fotos bajo la
Catedral.
Necesité de meter a David en el verde de Campogrande, para
sentirme menos vulnerable al color de sus ojos.
Cuando estábamos en el parque, creí verte. Todo fue ficción.
Es uno de esos lugares que asocio a ti. Comencé a tararear en mis adentros:
“…Por
unos viejos soportales me dijiste: "te quiero", justo antes del
adiós. Me dejaste sin aliento en un momento. Recuerdos de ti, de un café en un
bar de Valladolid, historias que tienes que descubrir, de vinos y más, de
cogernos las manos por detrás…”
La cancioncita te trajo de vuelta a mí cabeza. Me volví
arisco. Odié a David, por irrumpir en mi vida. Por querer suplirte. Por matarme
con su mirada. Por echarte poco a poco de mi cabeza.
Por más que lo intentó, nadie me besará como tú bajo los
castaños de Campogrande. Eso es una realidad.
Miré el reloj y tuvimos que correr al tren. Me jode que esto
acabe. Me jode irme de Valladolid. Me jode que al volver a casa no podamos
compartir recuerdos del viaje.
Metidos en el vagón hablamos de Valladolid, hasta que el niño se
me quedó dormido en en mi hombro. Yo empleé la media hora restante en pensarte. En
los recuerdos de ti y de los cafés por los bares de Valladolid.
Volví a sentir la polución llenarme los pulmones. Volví a sentirte cerca. Madri se aproximaba
Ya en Chamartín, empujé a David a un Taxi. Ni de
coña duermo sin él hoy.
Me encantó llegar a casa y ver a Elena. Sigue griposa.
David y ella conversaron sobre las bondades de nuestra
ciudad. Yo me dediqué a intentar eliminar a golpe de lágrima las imágenes tuyas
y mías por Valladolid. Me acordé de Mamá, lloré un poco más y sequé mis
lágrimas en la toalla del baño.
Intimidé a David con la miraba y lo conduje al dormitorio.
Elena me abrazó y me dijo: “No la cagues con él. Dice que te quiere”.
Frené.
El día ha sido muy intenso. A veces, caótico. Tampoco ha resultado tan malo hacer las cosas sin pensar. Y hablando de pensar... mientras me abrazo a la espalda desnuda de David, pienso en tí y en mi futuro con él.
En un breve susurro me dijo: "Te quiero"
¡Joder! ¡Qué marrón! ¿Qué hago, Sergio?
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