Monday, November 25, 2013

DÍA 12. Cuando los sapos bailen flamenco



El domingo llega sin enterarme.
Aún sigo digiriendo el giro que ha dado mi vida, en poco más de una semana.

Abrí las ventanas para ventilar. La casa aún parecía oler a tu colonia de Issey Miyake.

Mientras limpiaba comencé a hacer ruido, quería a los chicos en pie. Últimamente necesito estar tutelado en todo momento.

 David no tardó en levantarse. A este chico le deberían prohibir dormir. Cerrar esos ojos es anticonstitucional, seguro.
El me gusta. Pero, ayer te llevaste mi corazón. Creo que hasta que lo recupere… No me voy a enamorar.

Sergio ¿Por qué hemos hecho todo tan difícil? Corrijo ¿Por qué me haces las cosas tan difíciles?

David ha decidido sacarme de casa. Me ha empujado a recorrer los sitios que apestan a amor en esta ciudad. El Palacio Real. La Almudena. Debod. Y todo me recordaba a ti. Es inevitable pasear por esos sitios sin imaginarnos en pleno beso en cualquier césped.
 
Mi cabeza ha desarrollado mecanismos de defensa para contigo. Es recordarte y odiarte. Es odiarte y preguntarme el por qué. Es preguntarme el por qué, agobiarme, y querer que vuelvas.

David no ha callado en todo el paseo. Es muy plasta. Pero, me agarra de la cintura como tú no lo hacías. Me encantaría que nos vieras pasear y que intentaras ignorar la escena mientras te mueres de celos.
Nos hemos mirado en el reflejo del agua de Debod. David ha dicho que era una imagen para la eternidad. Pero no hay nada eterno sin corazón. Y yo no tengo el mío. Hijo de puta, me lo has quitado.
Hemos vuelto a casa con la esperanza de ver a Elena despierta. Pero, la esperanza no nos ha servido de nada. La cama la atrapa de forma preocupante.

Me he imaginado sólo. En casa. He sentido la creciente necesidad de atar a Elena a mi vida. Por mi salud mental. Para ello tiene que dejar su antigua casa.
He esperado a que amaneciera a mediodía. La he obligado a abandonar su piso de estudiantes para atraparla en mi casa, como mi sanadora emocional. Ella no se ha negado. Aquí es feliz, haciendo esta labor social.

Hemos comido las cuatro cosas que había dejado en el frigorífico para que no hiciera eco. Tengo que comprar. Antes íbamos los dos al Super y nos divertíamos, pasábamos el rato haciendo el tonto entre los pasillos. Discutíamos por lo que comprar y nos reconciliábamos a base de caricias en la cola de caja.

He llamado a Ana. Tenía ganas de que conociese la casa y de hacer café para ella.

Los chicos se fueron a recoger las cosas de Elena a Carabanchel.

Sólo en casa. Todo se me cae encima. Entro en una espiral autodestructiva emocional que me lleva a hundirme mediante canciones. Como siempre. 
Me acuerdo del frío adiós de ayer y de mis heridas cerrando en falso.
Entonces suena:

“…Me alegra tanto escuchar tus promesas mientras te alejas, saber que piensas volver algún día, cuando los sapos bailen flamenco. Y yo te espero, ya ves, aunque no entiendo bien que los sapos puedan dejar de saltar y bailar lejos de su charco. Porque mis ojos brillan con tu cara y ahora que no te veo se apagan…”

Marilia y Marta. Marta y Marialia. Han tomado la decisión de demoler toda la seguridad con la que ayer no quería volverte a ver.

Mientras te recordaba en silencio, sonó el timbre. Era Ana.
Escuche su armonía al caminar. Escuché más pasos y pensé que tú vendrías tras ella. Todo fue una ilusión hecha pensamiento.

Ana llegó acompañada. Su marido y su niño. Un pequeño monstruito de tres años que se dedicaba a plasmar sus huellas en los cristales de las ventanas. Me encanta. Me da igual que me ensucie los cristales, Lucas ha envuelto de alegría la casa. Sé que tú odias los niños. Yo no.
Su marido es un encanto. Hace un año que conozco a Jon. Me encanta verlo y pedirle perdón por robarle de vez en cuando a Ana.

Hemos tomado café. Nos hemos reído de lo ridículo de ayer. Nos hemos burlado de ti y hemos observado a Lucas y su forma de preguntar por todo. Otro periodista de raza.

Han llegado los chicos con todos los enseres de Elena.

La casa se ha convertido en un tablao flamenco, en el que Lucas centraba nuestra atención.
Por eso Ana es tan feliz. A pesar de haber naufragado en el amor ha encontrado su hueco con Jon y Lucas.

Nos hemos despedido. He agradecido infinitamente la visita y… Se han ido.
¡Joder! El regalo de Ana. He agarrado el paquete y he salido detrás de ellos escaleras abajo. Los intercepté en el primero. Los abordé y… tímidamente la di el paquete. No se pudo aguantar y estrenó el pintalabios. Es tan coqueta…
Agradecida, me ha espetado: “Cuida de David, creo que te hará mucho bien”.

He vuelto a subir a casa, barajando la posibilidad de poder cruzarme contigo en la escalera y arreglar todo compartiendo un cigarro. Pero nunca se me dio bien la probabilidad, y en este caso era nula.

David ha vuelto a su casa. Me ha abrazado y me hecho sentir único. Me he dado cuenta que necesito sus ojos tanto como el comer. O tanto como que vuelvas.

Estoy en un mar de dudas y en los mares de dudas siempre hay riesgo de Tsunami.

En fin. Vuelvo a la normalidad más absoluta. Dormir con Elena. Poner el despertador a las 06:55. A ahogarme en nicotina antes de dormir. A dormirme pensado en que vuelvas.
Quizá Ana tenga razón. 
David puede ser mi solución. El que me recoja de esta caída libre. 
Se que él te cae mal, pero… ¿Le ves para mí?

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