Friday, November 29, 2013

DÍA 16. Ni un segundo

Es un regalo poder ver, cada mañana, el amanecer con un café en la mano. Es un regalo apreciar cómo la luna de Madrid huye, sobre los tejados, de la imponente luz, que anuncia que es hora de ponerse a funcionar.

Desperté, como hace días que no lo hacía. Sonriendo. Abrazado. Compartiendo calor con David.

A propósito, Sergio ¡Quédate mi corazón! ¡Es viejo! Además, creo que David me está construyendo uno nuevo. Mejor, más fuerte. Con escudo.

Hace más de dos semanas que me tiraste al estercolero sentimental. 
Gracias a Dios, siempre, hay alguien dispuesto a reciclar sentimientos. Siempre hay alguien dispuesto a potenciarlos. El chico de los ojos verdes es ese alguien.

Recurrí a aplastar baldosas hasta el trabajo. Con arrojo. Con fuerza. Con ganas de comerme el nuevo día, en esta ciudad que me devora.
Ni contigo me sentía así. Pero, creo que es el espíritu universitario. Que se contagia, como la mononucleosis, a través de la saliva.

Pese a todo este torrente de emociones bajo el que estoy, no estoy preparado para tener otro bis a bis contigo. Tengo ganas, pero no quiero que me devuelvas a la mierda, de la que estoy saliendo. Sé que acabaríamos en horizontal. En la cama. A plomo fundido.

Como ves. Sigo ciclotímico.

Hoy, currar me dio la vida ¡Sin jefa!

He dedicado mi labor a escribir sobre banalidades varias. Los zapatos de Letizia. Los vestidos de Letizia. El botox de Letizia.
Escribir sobre las bondades, de nuestra compañera periodista, hecha Princesa, ha sido cuanto menos terapéutico. Ella era tema vetado entre nosotros. Tú la odiabas tanto…

En realidad odias todo. Lo peor es que nunca haces nada por cambiarlo. Tus soluciones, limitadas como tu mente, son obviar, dejar morir y desechar. ¡Anda! ¡Casualidad! Como has hecho conmigo. Cabronazo.

Bueno ha sido, también, darme cuenta de que ya no centras mis conversaciones con Ana. Te definimos como “ese tipo”. Te nombramos. Te insultamos y… ¡Fin!

Aunque, camino de casa, me he vuelto a dar cuenta de que en silencio, te sigo pensado. Te sigo teniendo en la cabeza.

Al entrar, en la que otrora fue tu hogar, no me quedo más que adorar la estampa que imprimían Elena y David en el sofá. Riéndose.
Me pinchan adrenalina a diario.

Abrí una lata de cerveza, y seguí currando un poco, en el salón. 
Mis chicos se dedicaron a hacer un trabajo de no sé qué mecanismo biológico para una asignatura con un nombre tremendamente largo. De cuando en cuando, asomaba la cabeza por la puerta. Les veía trabajar y me iba, en sigilo.

¿Sábes en qué he caído? ¡En lo feliz que sería la abuela Paula si viera esto! Siempre te hablaba de ella y de su moño. La yaya, siempre, entendió que fuera capaz de amar a otros hombres. Se pasó media infancia comiéndome el tarro, para que fuera médico. Ahora, al verme con David, se enorgullecería de que un futuro doctor estuviera a mi lado.

¡Por cierto! ¡Qué sorpresa! Te encantaría haber estado. Me llamó Patricia.
¿Recuerdas? Pati. Tú. Yo. Hicimos piña el último año de carrera. Compartimos borracheras. Noches de cine. Estrés. Preocupaciones por el futuro de cada uno.
¿Sabías que vive en Italia?

Bueno, el caso es que… Preguntó por ti. Yo, como siempre hago con esa pregunta, me callé. Me quedé en silencio. En este caso es una respuesta. Pati es buena periodista.  Mejor que nadie sabe que el silencio es un titular.

Viene mañana. A Madrid. Se quedará dos días en casa, antes de ir a Santander, con su madre.  Dice que trae buenas noticias y muchas ganas de verme.

Después de colgar pensé en llamarte. Pati es de los dos. Yo no soy como tú, comparto. Pero,… por otra parte, espero que tengas claro que no lo haré. No pienso discutir contigo delante de ella. No quiero que me la robres o acapares su atención. Siempre te gusta ser el centro de todo.

Pensé, también, en esconder a David. A veces, creo que me avergüenzo de él. Bueno, corrijo. Me avergüenzo de mí y de mis estupideces. David estará, aunque cuando te enteres te joda y te mate por dentro. Recuerda la guerra fría en la que estamos.

El halo de energía, en el que ha estado envuelta, hoy, la casa, me ha invitado a escuchar a Malú. Mientras cenaba. Mientras los chicos trabajaban en el no sé qué ese. 
Tengo la sensación de que ella me espía y después compone canciones para mí, porque…

“… Sin ti ha vuelto a entrar la luz por la ventana, he vuelto a sonreír por las mañanas. Sin miedo a que alguien me diga que no. Se fue la huella que dejabas con tus dedos, se fueron los altares y los credos, y las reglas que inventaste con tu amor. Y no pienses ni un segundo en regresar por el camino que te vio partir…”

¡Ves! Poco a poco veo el camino.

David se está encargando de borrarte, poco a poco. Hay muchas cosas que son difíciles. Escribiste con tinta.

La respiración de este chico al dormir me empuja al sueño profundo.
Hoy soñaré con él. Seguro.

Creo que deberías acostumbrarte a que poco a poco dejarás de estar en mis sueños.
Espero que sientas lo que es que te cambien por otro. 
Duele. ¿Verdad? 

Thursday, November 28, 2013

DÍA 15. Yo me niego


Aún sigo tragando sangre del codazo que me diste.
Me he levantado con resaca de emociones.
Ayer en Valladolid fui fuego, fui impulsivo. Hoy soy puro hielo, hoy te recuerdo.

De camino a la redacción he ido intentando dibujar tu cara con humo de cigarro y vaho en el amanecer madrileño.
Sergio, sigues tan presente…

Mis esculturas en el aire han sido interrumpidas por el teléfono.
Era Mamá. No podía evitar darme su opinión sobre David. Al fin y al cabo, ayer, irrumpí en casa con él. Rompiendo esquemas. "Me encanta, pero... el chico es muy jóven", me dijo. No supe si alegrarme o no. David causó furor en casa, no como tú. Pero, Mamá me ha dado una patada hacia la crisis de los 30 de manera anticipada. Me siento viejo, y sin motivo. Menos mal que ella todo lo calma con un "Te quiero".

Pasé las fotos del evento del otro día. Has salido en todas, inevitablemente. Mi lente te ha captado. Y aquí estás. Saldrás en la revista del mes que viene.

Ana ha vuelto a notar mi mirada triste. Y… la verdad, triste no estoy. Estoy hecho mierda.
Me he pasado media vida riéndome de la gente ñoña, de la gente que era imposible de levantar el vuelo tras una ruptura. Y ahora soy yo. Te doy la razón, el Karma existe, pero sólo para aquellos que tenemos tendencia al drama.

Cada vez que pienso en ti tengo un poquito menos de dignidad. Y al paso que voy, en un par de días me quedo sin  ella.

He secuestrado a Ana a la salida del curro, para un café. La he puesto todos los sentimientos encima de la mesa. La he necesitado mucho ayer.

Estoy hecho un lio. David me trata como a un príncipe. Tu me tratas como una marioneta, como un trapo sucio. Pero yo sigo enamorado de ti. Es todo muy complejo. Es una batalla entre lo que debo elegir y lo que quiero elegir. Pero con un portazo de por medio es imposible optar por ti. No te dejas.

El consejo textual de Ana: “No solapes relaciones, pásatelo bien”. Parece una incitación a la promiscuidad. Pero no, es un consejo lógico. Necesitaré tiempo para curar heridas y suturar cicatrices. Sólo me falta interiorizarlo. Hacerla caso. Y… estaré perfecto. No es fácil, nada es fácil.

He comenzado a tener la firme creencia de que tengo muchas preocupaciones y ningún problema. He comenzado a detestar que copes la mayor parte de mis pensamientos, incluso más que antes.

Ya en casa ¡Por fin! Elena ha decidido llenarme de alegría. Ha buscado algo en youtube y me ha cantado:

“…Pero al final de todo los ángeles siempre ganan. No necesito un hombre malo. Tú ya no me vuelves a ver, no me vuelves a ver con alma en el suelo. Yo no tengo nada que dar, me cansé de llorar, entregué mi pañuelo…”

¡Joder! Rosario ha dado en el clavo. Ángeles. Hombre malo. Alma en el suelo.
Bueno, menos lo de cansarse de llorar. Aunque… No me volverás a ver con el alma hecha pedazos.

¡Coño! Creo que cada vez que te digo eso, pierdo credibilidad. Serás como dejar de fumar, siempre estarás como propósito de enmienda pero nunca lo lograré.

Elenita es mi cargador cuando estoy bajo mínimos de batería. Siempre sabe cuándo voy a necesitarla. Bueno, últimamente es fácil saberlo. Siempre.

Decidí entrar en mis redes sociales, y actualizarlas, para hacer las veces de que sigo con vida. Pero en realidad, sin corazón, es imposible estar vivo.

A las once y pico he despertado del letargo en el sofá. A timbrazos. Elena se ha reído, como si tramase algo. Contestó y me dijo: “Anda, baja”.
He corrido como si fueras tú el que estaba en el portal. Falsa alarma. Era David. Entonces caí, Elena y el chico lo tenían todo planeado. Vino, ex profeso, a entregarme las fotos que nos hicimos ayer en Valladolid. Todas con un mensaje detrás.
Sinceramente, me hizo volar. Detallazo. Ni tú en tus mejores tiempos.

Nos sentamos en la escalera. Apoyé mi cabeza en sus rodillas. Miré a su cara y… ¡Me mató! Es como un basilisco. No puedo mantener contacto visual con él. Me deshace.
Aún tengo la imagen de sus ojos, mientras me pasaba la mano por el pelo. 
Necesitaba pasar con él toda la noche. Por fin he sentido recuperar un trocito del corazón que me robaste. Sin quererlo, este chico viene en los momentos bajos para apartarme de la debacle.

Subí las escaleras sin miedo al fracaso. Sin miedo a la caída. Su brazo agarraba, con una fuerza muy suave, mi cintura.

Elena nos esperaba con celo en mano. Para pegar las fotos.
Sabía todo. Es una Celestina nata. Tiene una tremenda vocación de casamentera. La amo.
Sutilmente, mi “Jelen”, se fue a la habitación de invitados. Sabe que, sólo comparte cama conmigo cuando no está el de los ojos verdes.

David y yo no resistimos nuestros instintos.
Intentamos quemar una, y otra, y otra vez el cochón.
Arañé con mis dedos su pecho, mientras él acarició con su barba mi espalda. Todo fue cosa de dos. Todo fue pasión.
Fumamos. Hablamos. Él se dio la vuelta y yo puse el despertador rápidamente. Necesitaba volver a su lado, aunque sólo fuese por no astillar mis huesos a base de soledad. Sabes que odio la soledad.

Empiezo a pensar que no eres imprescindible en mi cama.

El caso es que, David, suple muy bien tu ausencia. Pero no llena ese lado como tú.

¡Joder! Es inevitable intentar dormir sin pensar en ti.

Aunque, si miro a David, cada vez me incomodan menos las noche a su lado. Me encantaría que nos vieras ahora. Aquí. En tu cama. En tu casa.

Le odiarías. Me odiarías. Te partiría por dentro. Ahora sabes lo que llevo sintiendo 15 días y…
¿A qué jode?


Wednesday, November 27, 2013

DÍA 14. Recuerdos de tí



Hoy día libre. Ventajas tener  demasiados días de descanso. Lo pedí hace tiempo, para ir contigo a Valladolid, a pasar el día ¿Te acuerdas?
Siempre nos hacía ilusión ir a Valladolid. Para mí significa casi toda mi vida, mi infancia, mi adolescencia. Para ti, era yo el principal motivo. Yo y mis historias en cada rincón.
Mis ganas de volver a mi tierra me han impedido quedarme en Madrid. Lo no pude fue viajar sin tutela. 

Mientras desayunaba, puse el informativo matinal. Deliberé durante unos minutos sobre mi compañía en el viajé. Todo quedó inconcluso.
A la vez que apuraba las migas de galleta, que ya habían empezado a sedimentar en la taza, visualicé los ojos verdes. Corrí a por el teléfono. Llamé insistentemente. Una vez. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. ¡Por fin!

-¡Joder! David, estás ahí. Olvídate de la facultad por hoy. Corre a la ducha. Ponte muy guapo. Te espero en Chamartín a las 11 en punto. Desperézate y todo lo que quieras, pero por favor no te embobes. Di a tus compañeros que hoy también llegarás tarde, y que no comerás en casa, y… Bueno, ya lo irás viendo. Pero te quiero allí a las 11. Puntual.  Y no me digas que no. 
-Pe…, pe…, pero ¿Dónde vamos? Me dijo David asustado.

-Vístete y no pierdas tiempo. Recuerda 11 en Chamartín. No quiero retrasos. Respondí serio.

-¡Sí! Contestó sin pensar.

Dediqué el resto del tiempo a arreglarme.
Cogí la cartera, las llaves y… listo.
¡Hostia! Los billetes. Corrí escaleras arriba. Segundo cajón del escritorio. En la habitación de invitado. Ahí los dejaste.

Llamé a un taxi. 19’80€ después llegué. Hiperventilando. Nervioso y sin pensar lo que había hecho.
Tomé un café, que parecía calentado por los altos hornos de cualquier metalúrgica. Revisé billetes y esperé a David.
10:55. Estaba al borde del colapso. No paraba de mirar el móvil, y tú, mejor que nadie sabes que eso sólo lo hago si estoy extremadamente nervioso.

¡Ahí estaba! Lo agarré de la mano y lo llevé hasta la vía 16. Pasamos el control de billetes y nos ubicamos. Coche 3. Asientos  11V y 12P. Yo como siempre ventana, para ir explicándote cosas de las llanuras de mi tierra. ¡Mierda! ¡Es la puta costumbre! Ya jamás te volveré a explicar todo esto.
David estaba muerto de nervios. No sabía nada. Él sólo se limitaba a disfrutar y a apretarme la mano con fuerza.

¡Por fin! Una voz robótica anunció: “Próxima estación: Valladolid-Campogrande”
Hacía mucho que no te sentía tan lejos, ni a mí tan liberado.

Salimos disparados de la estación, como hacíamos tú y yo. Con ganas de comernos Pucela.
Sin darnos cuenta estábamos en la Calle Santiago, entre  señoras con abrigos de visón y chavales que han obviado sus horarios de instituto.
Al llegar a la Plaza Mayor, le expliqué todo. Lo mismo que siempre te decía a ti. Imaginé que eras tú, Sergio. Le planté debajo del Ayuntamiento, en los soportales, y repetimos nuestra tradición de besarnos ahí. Debajo, parando el reloj.

Caminamos hasta la Antigua. Nos sentamos debajo de la cruz de piedra. Como contigo, compartimos cigarro.

Apuramos las baldosas hasta llegar a la facultad de Medicina. Entramos en ese bar que siempre te gustaba tanto el Tío “Nosequé”. Tú recuerdas bien el nombre. Dos cañas y unas patatas fritas a medias, risas y alguna que otra caricia en los mofletes.

Antes de las tres, caminamos hacia casa. 
A mi Plaza de las Batallas. ¡Dios mío! Hace 10 años que ya no vivo en ese portal. Hace 10 años que no huelo, a diario, la comida de Mamá por la escalera.

Hoy he recuperado sensaciones que me habías robado. La magia, la puso David. La energía corrió de mi cuenta y el amor más sincero lo puso la cara de Mamá al verme por sorpresa.
Me ha alegrado verla. Sonrisa y abrazo. No ha necesitado más.

Mi padre arqueó la ceja derecha. Sabes que siempre lo hace cuando algo se sale de su plan. 
¿Recuerdas que lo hizo cuando os presenté? Nunca le gustaste nada. Ni un poco.

Mi hermano, inexpresivo como siempre. En su abrazo noté que se alegró al verme. Enseguida se puso a charlar con David. Al fin y al cabo comparten la misma edad y los mismos estudios universitarios.

Mamá sacó más comida. En mi casa, siempre hay comida para el que quiera. El frigorífico está siempre lleno. Mi hermano dice que mis padres hacen Tetris en la nevera, para colocar todo ¿Qué te voy a contar que no sepas, Sergio?

Mamá me encerró en la cocina. 
Ella y su afán por evitarme sufrimientos. Me preguntó por este puterío que vivía con un chico 6 años menor que yo. Ella siempre es precavida. Se preocupa, regaña, aconseja y al final sonríe. Nunca actúa con mala fe. Tú si.

La comida transcurrió con una naturalidad absoluta. Como si fueras tú el que estaba sentando a mi lado, en la mesa.

David se abrió en canal, contó su vida entera. A mis padres, les reconfortó saber que es amigo de Elena. De ella se fían, la conocen de toda la vida.

Tomamos café con los tres. En el sofá de estampado floral. El mismo sofá donde dormía la siesta, después del instituto. Repasamos fotos del salón con Mamá, mientras mi padre roncaba desde la habitación. 
Me jode que David se haya ganado a mi madre antes que tú. Me da rabia, porque él ha llegado por sorpresa. A ti, te tuve que hacer campaña de propaganda.

Mamá me miraba como clavándome al sofá. Ni por asomo quería que marchásemos.
Maté a besos a mi reina antes de irme. A mi madre las despedidas la ahogan y siempre llora. Y más si es de mí de quien se despide. Ella y yo, desde hace 28 años, somos uno.

Mi hermano nos acompañó hasta la puerta del Clínico. Así aprovechaba para fumar un cigarro furtivo, antes de entrar a sus prácticas.
Volvimos a desandar lo andado.  Nos hicimos unas cuantas fotos bajo la Catedral. 

Necesité de meter a David en el verde de Campogrande, para sentirme menos vulnerable al color de sus ojos.
Cuando estábamos en el parque, creí verte. Todo fue ficción. Es uno de esos lugares que asocio a ti. Comencé a tararear en mis adentros:

“…Por unos viejos soportales me dijiste: "te quiero", justo antes del adiós. Me dejaste sin aliento en un momento. Recuerdos de ti, de un café en un bar de Valladolid, historias que tienes que descubrir, de vinos y más, de cogernos las manos por detrás…”

La cancioncita te trajo de vuelta a mí cabeza. Me volví arisco. Odié a David, por irrumpir en mi vida. Por querer suplirte. Por matarme con su mirada. Por echarte poco a poco de mi cabeza.
Por más que lo intentó, nadie me besará como tú bajo los castaños de Campogrande. Eso es una realidad.
Miré el reloj y tuvimos que correr al tren. Me jode que esto acabe. Me jode irme de Valladolid. Me jode que al volver a casa no podamos compartir recuerdos del viaje.
Metidos en el vagón hablamos de Valladolid, hasta que el niño se me quedó dormido en en mi hombro. Yo empleé la media hora restante en pensarte. En los recuerdos de ti y de los cafés por los bares de Valladolid.

Volví a sentir la polución llenarme los pulmones. Volví a sentirte cerca. Madri se aproximaba

Ya en Chamartín, empujé a David a un Taxi. Ni de coña duermo sin él hoy.
Me encantó llegar a casa y ver a Elena. Sigue griposa.

David y ella conversaron sobre las bondades de nuestra ciudad. Yo me dediqué a intentar eliminar a golpe de lágrima las imágenes tuyas y mías por Valladolid. Me acordé de Mamá, lloré un poco más y sequé mis lágrimas en la toalla del baño.

Intimidé a David con la miraba y lo conduje al dormitorio.
Elena me abrazó y me dijo: “No la cagues con él. Dice que te quiere”.

Frené. 
El día ha sido muy intenso. A veces, caótico. Tampoco ha resultado tan malo hacer las cosas sin pensar. Y hablando de pensar... mientras me abrazo a la espalda desnuda de David, pienso en tí y en mi futuro con él. 
En un breve susurro me dijo: "Te quiero"

¡Joder! ¡Qué marrón! ¿Qué hago, Sergio?

Tuesday, November 26, 2013

DÍA 13. Canción de guerra



Normalidad absoluta. Sábanas y ojos pegados. Pereza de lunes.
Caminé al trabajo sin auriculares, escuchando despertar a Madrid. En estéreo.
Me encanta ver los atascos, y más si no soy yo quien los sufro. Me encanta que la ciudad esté viva, y tú mejor que nadie los sabes.

El ánimo estuvo por los suelos. 
Por una parte estoy desarrollando un cuadro de gripe, lo noto. Por otra, estoy sintiendo mucha soledad desde que te fuiste.
Sí, lo sé. Gente no me ha faltado. Mi familia y los amigos que he elegido como familia. Me encanta que se preocupen por cómo me siento. Pero, ya no eres tú el que se preocupa por cómo me siento y eso es algo que me está costando cambiar.

El cierre del número de este mes me ha mantenido ocupado todo el día. No he pensado, sólo he hecho. Bueno, reconozco que de vez en cuando pensé en ti. Siempre encuentro algo que me recuerda a ti y a mí. Juntos.

Ana ha estado de acá para allá. Casi ni la he visto, pero la he sentido. En la hora de comer nos hemos dedicado unas cervezas, unas tapas y… muchas ganas de reírnos. Es como si viera a mi madre todos los días. En realidad tiene dos niños. Un de tres, Lucas. Otro de 28, yo.

Hoy salí un poco antes. Tenía que cubrir un evento en la Casa de América. De estos eventos de alto copete. De estos eventos que me encantan. De estos eventos en los que por obligación tienes que fingir ser muy feliz. Es broma.
He cogido un taxi para llegar a casa y cambiarme de ropa lo más rápido posible.
Elena me ha llamado después de ver tanto mensaje intimidatorio para que me acompañara. Se ha negado. Ha pillado unA gripe, pero por todo lo alto.

No me quedó otra que llamar a David. Desde hace una semana es incapaz de negarme nada. Sumisión pura. A veces, pienso en decirle; “Tío, ten un poco de dignidad”, pero al fin y al cabo, yo no hago mucha gala de ella contigo.

Nueve en punto de la noche. Allí estaba. Esperando príncipe en el metro de Banco de España. 
Miraba entre la gente y no te veía. Pero, bueno, me conformé con David. 
Salió del suburbano enfundando en unos vaqueros y una americana de terciopelo azul marino. Subía las escaleras sonriendo, mientras su flequillo se movía a cada paso. Se iba colocando la ropa con los dedos. 
Yo me hacía el loco, fingiendo no haberle visto. Quería que me buscara.
Vino directo, a besarme. Yo, como siempre, me rendí inerme a la fuerza de los ojos verdes.

A veces pienso que uso a David de conejillo de indias y experimento con él a mi antojo. No lo pienso. Lo creo.
Me agarró de la cintura, con la fuerza inhumana de quien me ha echado de menos durante las últimas horas. Cruzamos la carretera envueltos en un halo de caricias adolescentes. Me gustó, para qué negarlo.

Saqué de mi bolso las acreditaciones. Me coloqué la mía y le puse la suya. Agachaba la cabeza mientras doblaba levemente la rodilla. Como si fuera a jurar libertad a cualquier señor feudal del medievo.

Saludé a un par de compañeros en el hall. Nadie importante.
Y, cuando creía que me había librado la vorágine de gente peripuesta… Te encontré.

Odio que compartamos profesión. Odio que tu periódico te haya mandado aquí. Odio que cortes mi tranquilidad. Odio que me desestabilices.

Hice cosas sin sentido. Corroborando mi teoría.
David intentó calmarme. Y yo me obsesioné por mostrarte que era muy feliz. No comí ningún canapé, sólo la boca de mi universitario preferido, de vez en cuando. A ver si te quedaba claro mi mensaje de que soy muy feliz a su lado. Todo teatro.

Mi amor por ti alineó cabeza y corazón. Mi amor por David es puramente racional. 
Sé que es lo que me conviene. El yerno perfecto, joven y con una fantástica definición muscular. Pero, por enésima vez. No eres tú.

Hice unas cuantas fotos para la revista. Tomé unas cuantas notas y me despedí de algún que otro invitado.
Llegué hasta donde estabas tú. Rocé tu hombro. Sentí que todo volvía a la normalidad. No fue así. Respondiste con un codazo, como desprendiéndote de mí para siempre.
No te soporto. Era nuestra oportunidad.

David se comportó como un campeón. Me estabilizó varias veces y me salvó del infarto otras tantas.
Le acompañé al metro y me despedí de sus ojos. Fue algo muy pasional. Después de tal dosis de realidad, necesitaba sentirme querido.

Llegué a casa, me preparé un vaso de leche, que aún sigue en el fregadero. Mientras los grumos del cacao en polvo se secan, a la vez que se seca lo nuestro.

Intenté despertar a Elena, pero la fiebre la ha dejado molida, en la cama. 
Me chuté de ibuprofeno. Me senté a su lado y me dejé caer a plomo en la cama.
No asimilo la virulencia de nuestra guerra fría. No sabía que me odiases tanto.

He cogido los auriculares de la mesita . Con los ojos como platos he dado al play. A ver qué salía y…

“…Ya no respeto tu tregua, ni me quedo en la frontera, ni me canso de escribir. Fuego abierto al objetivo, ya lo tengo decidido, nadie lo va a hacer por mí. Empezó la guerra fría, el tiempo de la anarquía empieza tu amargo fin…”

Esas palabras han respuesto mi munición. No te aguanto. Me haces daño. 
Es una pena, pero no tengo otro remedio. Mi dolor no quedará impune.
David será mi escudo. Lo sé. 
¿Preparado para sufrir?


Monday, November 25, 2013

DÍA 12. Cuando los sapos bailen flamenco



El domingo llega sin enterarme.
Aún sigo digiriendo el giro que ha dado mi vida, en poco más de una semana.

Abrí las ventanas para ventilar. La casa aún parecía oler a tu colonia de Issey Miyake.

Mientras limpiaba comencé a hacer ruido, quería a los chicos en pie. Últimamente necesito estar tutelado en todo momento.

 David no tardó en levantarse. A este chico le deberían prohibir dormir. Cerrar esos ojos es anticonstitucional, seguro.
El me gusta. Pero, ayer te llevaste mi corazón. Creo que hasta que lo recupere… No me voy a enamorar.

Sergio ¿Por qué hemos hecho todo tan difícil? Corrijo ¿Por qué me haces las cosas tan difíciles?

David ha decidido sacarme de casa. Me ha empujado a recorrer los sitios que apestan a amor en esta ciudad. El Palacio Real. La Almudena. Debod. Y todo me recordaba a ti. Es inevitable pasear por esos sitios sin imaginarnos en pleno beso en cualquier césped.
 
Mi cabeza ha desarrollado mecanismos de defensa para contigo. Es recordarte y odiarte. Es odiarte y preguntarme el por qué. Es preguntarme el por qué, agobiarme, y querer que vuelvas.

David no ha callado en todo el paseo. Es muy plasta. Pero, me agarra de la cintura como tú no lo hacías. Me encantaría que nos vieras pasear y que intentaras ignorar la escena mientras te mueres de celos.
Nos hemos mirado en el reflejo del agua de Debod. David ha dicho que era una imagen para la eternidad. Pero no hay nada eterno sin corazón. Y yo no tengo el mío. Hijo de puta, me lo has quitado.
Hemos vuelto a casa con la esperanza de ver a Elena despierta. Pero, la esperanza no nos ha servido de nada. La cama la atrapa de forma preocupante.

Me he imaginado sólo. En casa. He sentido la creciente necesidad de atar a Elena a mi vida. Por mi salud mental. Para ello tiene que dejar su antigua casa.
He esperado a que amaneciera a mediodía. La he obligado a abandonar su piso de estudiantes para atraparla en mi casa, como mi sanadora emocional. Ella no se ha negado. Aquí es feliz, haciendo esta labor social.

Hemos comido las cuatro cosas que había dejado en el frigorífico para que no hiciera eco. Tengo que comprar. Antes íbamos los dos al Super y nos divertíamos, pasábamos el rato haciendo el tonto entre los pasillos. Discutíamos por lo que comprar y nos reconciliábamos a base de caricias en la cola de caja.

He llamado a Ana. Tenía ganas de que conociese la casa y de hacer café para ella.

Los chicos se fueron a recoger las cosas de Elena a Carabanchel.

Sólo en casa. Todo se me cae encima. Entro en una espiral autodestructiva emocional que me lleva a hundirme mediante canciones. Como siempre. 
Me acuerdo del frío adiós de ayer y de mis heridas cerrando en falso.
Entonces suena:

“…Me alegra tanto escuchar tus promesas mientras te alejas, saber que piensas volver algún día, cuando los sapos bailen flamenco. Y yo te espero, ya ves, aunque no entiendo bien que los sapos puedan dejar de saltar y bailar lejos de su charco. Porque mis ojos brillan con tu cara y ahora que no te veo se apagan…”

Marilia y Marta. Marta y Marialia. Han tomado la decisión de demoler toda la seguridad con la que ayer no quería volverte a ver.

Mientras te recordaba en silencio, sonó el timbre. Era Ana.
Escuche su armonía al caminar. Escuché más pasos y pensé que tú vendrías tras ella. Todo fue una ilusión hecha pensamiento.

Ana llegó acompañada. Su marido y su niño. Un pequeño monstruito de tres años que se dedicaba a plasmar sus huellas en los cristales de las ventanas. Me encanta. Me da igual que me ensucie los cristales, Lucas ha envuelto de alegría la casa. Sé que tú odias los niños. Yo no.
Su marido es un encanto. Hace un año que conozco a Jon. Me encanta verlo y pedirle perdón por robarle de vez en cuando a Ana.

Hemos tomado café. Nos hemos reído de lo ridículo de ayer. Nos hemos burlado de ti y hemos observado a Lucas y su forma de preguntar por todo. Otro periodista de raza.

Han llegado los chicos con todos los enseres de Elena.

La casa se ha convertido en un tablao flamenco, en el que Lucas centraba nuestra atención.
Por eso Ana es tan feliz. A pesar de haber naufragado en el amor ha encontrado su hueco con Jon y Lucas.

Nos hemos despedido. He agradecido infinitamente la visita y… Se han ido.
¡Joder! El regalo de Ana. He agarrado el paquete y he salido detrás de ellos escaleras abajo. Los intercepté en el primero. Los abordé y… tímidamente la di el paquete. No se pudo aguantar y estrenó el pintalabios. Es tan coqueta…
Agradecida, me ha espetado: “Cuida de David, creo que te hará mucho bien”.

He vuelto a subir a casa, barajando la posibilidad de poder cruzarme contigo en la escalera y arreglar todo compartiendo un cigarro. Pero nunca se me dio bien la probabilidad, y en este caso era nula.

David ha vuelto a su casa. Me ha abrazado y me hecho sentir único. Me he dado cuenta que necesito sus ojos tanto como el comer. O tanto como que vuelvas.

Estoy en un mar de dudas y en los mares de dudas siempre hay riesgo de Tsunami.

En fin. Vuelvo a la normalidad más absoluta. Dormir con Elena. Poner el despertador a las 06:55. A ahogarme en nicotina antes de dormir. A dormirme pensado en que vuelvas.
Quizá Ana tenga razón. 
David puede ser mi solución. El que me recoja de esta caída libre. 
Se que él te cae mal, pero… ¿Le ves para mí?